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En Argentina la arcaica costumbre de "velar a los angelitos" en medio de cantos, bailes y abundantes libaciones, existió con plena vigencia en ciertos medios rurales hasta bastante avanzado el presente siglo. Esta modalidad, curiosa y con ribetes ciertamente macabros, causó estupor a numerosos viajeros, quienes la anotaron en sus libros, como es previsible, con abundancia de reflexiones escandalizadas y moralizantes.
En Viaje por Buenos Aires, Entre RÃos y la Banda Oriental, realizado entre 1826 y 1827. J. A. B. Beaumont refiere sus experiencias en un "velorio de angelito" celebrado en San Pedro, provincia de Buenos Aires: "Una noche fuimos invitados a un baile en casa del alcalde, dado para celebrar la muerte de un niño, su único hijo y heredero. El motivo de esta fiesta nos pareció extraordinario y repudiable, pero, con todo, aceptamos la invitación. Al entrar en la sala encontramos el recinto lleno de damas y caballeros bien vestidos, danzando bailes españoles y minuetes con su acostumbrada gracia y viveza. Una orquesta de cuatro músicos animaba la reunión. El mate circulaba en copas de plata, que eran ofrecidas por los esclavos. En un extremo de la sala, y sobre un plano inclinado, estaba colocado el cadáver del pequeño, vestido de seda, con adornos de plata y además decorado con cantidad de flores y velas de cera. Una esclava, de pie hacia un lado, le enjugaba la materia que exudaba por los ojos y la boca. Entretanto, la familia y todos los invitados se mostraban muy contentos por la forma en que habÃa sido arreglado el cadáver, y la danza continuó hasta la una de la mañana.
Se nos informó después que esa costumbre proviene de la creencia, común entre estas gentes, de que, si un niño muere antes de haber alcanzado la edad de siete años, va al cielo, con toda seguridad. Se supone que antes de esa edad el niño no ha adquirido los defectos propios de la naturaleza humana; apartado asà en sus primeros años, de las inquietudes y perturbaciones que experimentan los de mayor edad, el tránsito de esta vida a la otra se mira como favor especial del Todopoderoso: de ahà que se les designe con el nombre de ángeles. Esta creencia es en algo similar a la de los antiguos, tal como nos la ha transmitido Heródoto".
Complemento casi obligado, aunque no exclusivo, de estos saraos, como lo confirma Romain D'Aurignac en 1877, y como hemos podido establecerlo a través de testimonios orales, eran los juegos de naipes y en particular los "juegos de prendas", que gozaban de enorme popularidad en los medios rurales de la "pampa húmeda".
Es fácil comprender que en un medio en el que no abundaban las ocasiones de solaz y esparcimiento, un "velorio de angelito", al igual que una yerra, un casamiento, el levantamiento de la cosecha o una fiesta cÃvica o religiosa, era ocasión inmejorable para sacar a relucir, en su totalidad, el arsenal de las prácticas sociales y lúdicas más corrientes.
Junto con las coplas, las libaciones, los rezos y los bailes de rigor aparecÃan, en algún momento de la larga velada, las apreciadas "adivinanzas formuladas generalmente mediante dÃsticos o cuartetas de carácter enunciativo y alegórico; o bien los "juegos de prendas", que daban vÃa franca a la chuscada o al rasgo de humor criollo.
En lo que se refiere a los velorios de adultos el profesor Augusto Raúl Cortazar señala en su artÃculo Usos y costumbres (Folklore Argentino, Humanior, 1959) una práctica funeraria corriente en la región norteña: las llamadas tabeadas por rezos, observadas por Ambrosetti a fines del siglo pasado entre los indios puneños: "Asà como en la ciudad los asistentes a un velorio se reúnen apartados para charlar y beber café y licores, asà en el Norte se forman grupos para practicar las tabeadas por rezos; esto no siempre significa el juego de la taba propiamente dicho; el conocido astrágalo puede usarse a modo de dado o de cualquier otra manera convencional. La que serÃa la »prenda» consiste en rezar un cierto número de veces determinada oración: padrenuestro, avemarÃa, etc.; quien pierde en cada tabeada debe abandonar la rueda, entrar en la habitación del velatorio y cumplir su pena, o bien dirigir el coro del rosario, por ejemplo, rezado por los demás." (Corta. zar, loc. cit.) .
Ambrosetti extiende esta práctica al DÃa de Animas, en que los parientes del difunto, reunidos en el cementerio, "juegan a la taba tirándola por sobre la tumba al través. El que gana, de pie y con los brazos puestos en cruz, pronuncia la oración, mientras que el que pierde demuestra tristeza con semblante de compungida aflicción".
En el terreno de los cultos mortuorios del DÃa de Animas debemos recordar también los juegos de naipes que matizaban, junto con las libaciones de chicha y aguardiente, el "velatorio" de la "comida de las Almas", que se verificaba en los valles CalchaquÃes el 2 de noviembre.
Otra práctica lúdico-ceremonial, destinada esta vez a "sacar ánimas del Purgatorio", era la noroestina de hamacarse en un columpio especialmente preparado entre los árboles, y arrancar en cada envión las ramitas y gajos más altos. La consignan Ambrosetti, Cano y Vivante, entre otros, y en una nota a su Cancionero Popular de Jujuy Juan Alfonso Carrizo la describe asÃ:
"Alrededor de treinta personas se reunieron en una casa de la vecindad, donde habÃa un árbol alto y coposo, a su sombra pusieron mesas con botijas y jarras de chicha y bancos o troncos para sentarse. Mientras se ubicaba la concurrencia, un hombre trepó al árbol y ató fuertemente dos sogas largas que llegaban hasta el suelo; al extremo de éstas aseguraron un palo e hicieron un columpio. Este instrumento es el vehÃculo para sacar las almas. En efecto, un muchacho, como de veinte años, se sentó en el travesaño, otro tomó las cuerdas con las dos manos y retrocedió unos pasos para dar el primer impulso; cuando creyó oportuno soltó las cuerdas y empezó el vaivén por los aires. Al principio solo subÃa seis u ocho metros, pero, como era poca altura para alcanzar las hojas, le dieron un nuevo empellón al columpio, y éste subió hasta los diez metros. Ahora el muchacho llegaba a la copa del árbol, estiraba el brazo para cortar una ramita o una hoja pero no podÃa, volvieron a empujarlo hasta que consiguió, en medio de la expectativa y ansiedad de todos, cortar una hoja, esta fue la primera alma que sacó del Purgatorio, grandes aplausos resonaron festejando la liberación de esa ánima en pena. Despues subió una niña, ella por ser más liviana alcanzó a mayor altura y cortó una ramita, nuevos aplausos festejaron su triunfo, pues consiguió rescatar de las llamas del Purgatorio como cincuenta almas a un tiempo.Se repitió la escena infinidad de veces y a medida que la chicha les subÃa cabeza el columpio subÃa también más arriba. A veces las almas eran salvadas por legiones porque algunas que quedaban prendidos de las ramas gruesas caÃan sobre la mesa en las tinajas con la mitad del Purgatorio en las manos."
Hemos mencionado los "velorios de angelito" y los DÃas de Animas como oportunidad no desdeñada para práctica de juegos cúlticos y entretenimientos regocijantes. Pero estas macabras "solemnidades", porlos motivos apuntados, no eran lógicamente las únicas que servÃan como
excusa (cúltica o no) para tales fines.
En la festividad de San Santiago, como hemos visto, se practicaban en región noroestina las "tiradas de cuartos" y el "gallo ciego". En la de San Juan, las clásicas "fogatas" con saltos sobre el fuego y "empujones que terminaban por chamuscar a los más desprevenidos o menos ágiles. En la Novena de Santa Rita era frecuente "rematar" la reunión con una discreta "partidita de baraja", y sobre el particular el ya citado Rafael Cano refiere en Del tiempo de �aupa:
"Las mismas viejas que momentos antes demostraron tanta unción en sus rezos, levantan en un abrir y cerrar de ojos el catre y lo colocan en medio de la pieza. Santa Rita ha quedado relegada a segundo término.
"Para no manchar la florida sobrecama, que da la impresión de un florido jardÃn, ensillan el catre con sobrepelos,caronas y pellones. "Siete personas entre hombres y mujeres, se sientan a la vuelta del mismo y comienzan a barajar un naipe grasiento para jugar a la Pandorga. "Previamente separan 28 cartas, de las cuarenta que lo componen, eliminando del juego las siguientes: cuatro reyes, cuatro caballos, dos sotas y dos sietes.
"El As de Oro representa la Pandorga y tiene la ventaja el que lo posee, o mejor dicho, al que le toca en suerte, de poder darle cualquier valor.
"Cada jugador recibe cuatro cartas y el juego se inicia por la mano, o sea el primero de la derecha del que da las cartas. Este juega un as, es decir, la carta número uno, y también si tiene, el dos, tres, etc. Pero si no posee la carta que por orden numérico le piden, por ejemplo: corresponde jugar un cinco y sólo tiene un seis, la jugada pasa al siguiente y asÃ, hasta que se desprende alguno de las cuatro cartas.
"Se proclama ganador al que consigue irse primero de todas sus cartas. El premio se estipula de antemano, y suele consistir en un puñado de nfrueles, o bien, una rifa, de chorizos, sartas de pasas, tabletas, pan, etcétera.
"Los concurrentes después de comer chorizos exquisitos, ante cuyo olor a adobe solamente, ya se hace agua la boca, los asientan con aloja y tintillo. Excitado por el alcohol, don Emilio, el mayordomo de ese dÃa, empieza a tocar el acordeón o la guitarra."