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He aquí la carta que me dirigió la señora de Luxembourg, a los dos días de su partida:
"VERSALLES, hoy miércoles. (Legajo D, núm. 23.)
"Ayer a las seis de la mañana, partió el señor de Luxembourg, y aun yo no sé si marcharé a reunirme con él. Espero noticias suyas, porque él mismo ignora el tiempo que estará fuera. He visto al señor de Saint-Florentin, que se halla bien dispuesto en favor del abate Morellet; pero encuentra obstáculos, que, no obstante, espera obviar la primera vez que despache con el rey, que será en la próxima semana. También he solicitado la gracia de que no le desterrasen, pues se trataba de hacerlo enviándole a Nancy. He ahí lo que he podido obtener; pero os prometo no dejar tranquilo al señor de Saint-Florentin, hasta que el asunto haya tenido el fin que deseáis.
"Séame, ahora, permitido deciros cuánto me ha dolido tener que separarme de vos tan pronto; pero me lisonjeo de que así lo creáis. Os quiero de todo corazón y por toda mi vida."
Algunos días después recibí de D´Alembert la siguiente carta, que me causó un verdadero placer:
"Hoy l~ de agosto. (Legajo D, núm. 26.)
"Gracias a vuestro empeño, mi querido filósofo, el abate ha salido de la Bastilla, y su detención no tendrá ulteriores consecuencias. Sale para el campo, y os da, lo mismo que yo, un millón de gracias y parabienes. Vale et me ama."
El abate me escribió también algunos días después otra carta dándome las gracias (Legajo D, núm. 29), que, a la verdad, no me pareció respirar mucha efusión y en la cual parecía atenuar en cierto modo el servicio que le había prestado; algún tiempo después supe que D´Alembert y él me habían, no diré suplantado, pero sí hasta cierto punto venido a ser mis sucesores cerca de la señora de Luxembourg, con quien había yo perdido tanto como ellos habían ganado. Sin embargo, estoy lejos de sospechar que el abate Morellet haya contribuido a mi desgracia; le estimo en mucho para pensarlo. En cuanto al señor D´Alembert, nada diré ahora, pues me ocuparé de él más adelante.
Al mismo tiempo me ocurrió otro incidente, que ocasionó la última carta que he escrito al señor de Voltaire, con motivo de la cual puso el grito en el cielo, pero sin mostrarla jamás a nadie.