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Y esta noche ya había quebrantado todas esas reglas.
Pero esta noche no era una noche normal. Marco no era un hombre normal o, al menos, no era como los hombres con los que estaba acostumbrada a relacionarse. Para empezar, los hombres con los que se relacionaba no tenían cuartos de baño con bidet o retretes con el asiento de auténtica madera terrestre. ¿Cómo podía permitirse vivir en un sitio semejante si se ganaba la vida en el escenario de la Cinta de Moebius? Bueno, Marco debía estar quemando sus últimos cartuchos... Tabitha se conformaba con que el dinero durase lo suficiente para sacarla de apuros.
Le había perdido de vista durante un rato en la fiesta, pero estaba demasiado borracha para preocuparse por eso. Recordaba haber bailado con cinco palemianos a la vez. Los palemianos le dieron unas dosis de cristal de Ofir asombrosamente puro que la pusieron en órbita. Era una sensación increíble, como si midiera tres metros de altura y el universo no tuviera secretos para ella, y fue entonces cuando el mundo se volvió de color plateado. Había un generador que esparcía burbujas holográficas por toda la estancia. Secuencias de películas antiguas, anuncios, rostros que iban y venían, paisajes alienígenas..., era como estar hurgando en los sueños de otra persona. Tabitha rió y siguió dando saltos con los palemianos intentando reventar las burbujas. Marco surgió de la nada y Tabitha le besó.
Inspeccionó las paredes y no logró encontrar el botón del retrete. Perdió unos cuantos minutos buscándolo sin resultado. Retrocedió un par de pasos y la taza emitió un suave zumbido y se vació por sí sola. Tabitha se encogió de hombros, fue hacia el bidet, se lavó y se metió el disruptor por la vagina manejándolo con mucho cuidado para no perder aquella cosa tan diminuta. Podía oír una vocecita distante que hablaba y se callaba de vez en cuando, como si alguien se hubiera dejado encendida una radio que interfería con la música, pero cuando salió del cuarto de baño la vocecita ya se había esfumado. Las luces se apagaron sin que tuviera que hacer nada.
-Tabitha...
Era la voz de aquel hombre maravilloso.
Las paredes del pasillo ondularon como si estuvieran a punto de disolverse. La bajada de la droga que había tomado no tardaría en llegar.
-¿Dónde estás?-preguntó.
-Aquí dentro.
Intentó localizarle guiándose por la voz.