Reconquistar Plenty (Colin Greenland) Libros Clásicos

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Creía que estaba haciendo algo importante, ¿comprendes? Estaba ayudando a Rella, le estaba echando una mano... Recuerdo que un dia tuve que ir a la clínica, y cuando me preguntaron a qué hora había quedado mentí y me libré de una inspección de trajes y conseguí toda una hora libre para mi sola. No quería encontrarme con nadie, así que fui a ver a Rella pero no estaba allí.
Volví a la zona central de la estación y me acerqué a las pantallas para averiguar si estaban echando una película en alguna parte. Vi a dos hombres que estaban hablando y uno de ellos decía que había problemas en Serenidad, no sé qué lío con una nave que había intentado posarse sin tener el permiso porque no estaba inscrita en los registros de los eladeldis o algo parecido.
-Un auténtico trabajo de artesanía, a juzgar por su aspecto -dijo el hombre. -Estaba hecha con montones de piezas raras y sistemas viejos unidos con trocitos de cuerda y un poco de fe.
Me había dedicado a escucharles porque me aburría, pero no les prestaba mucha atención y estaba pensando en otras cosas. Acabé encontrando una película a la que podía ir, aunque la sala comunal donde la proyectaban estaba bastante lejos de allí. Subí al transporte en cuanto llegó.
Y salté a la plataforma cuando las puertas estaban a punto de cerrarse. Todo el mundo se me quedó mirando, pero no me importó. Fui corriendo a la escalera, bajé al sótano y fui al cuarto de Rella, y cuando estuve dentro de él fui directamente a su caja. Estaba vacía. Nunca volví a verla, y tampoco volví a ver a la otra mujer. Y cuando llegué a la clínica me encontré con que todo el mundo estaba hecho un lío porque la mitad de los auxiliares y del personal subalterno habían desaparecido. Se habían esfumado sin avisar a nadie, y nadie supo nunca adónde habían ido.
Tabitha Jute y Marco Metz cogieron el ascensor que llevaba a la calle salieron del edificio y empezaron a caminar bajo el cielo inyectado en sangre de Schiaparelli.
Las calles estaban desiertas. Un Escarabajo Menor se deslizaba junto a la acera barriendo y regando la cuneta. Las botas de Tabitha hacían crujir los granos de arena que cubrían el pavimento. El aire frío empezó a despejarle la cabeza. La noche pasada se había soltado el pelo, desde luego, pero eso no había empeorado su situación, ¿verdad que no? No, desde luego que no.

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