La hija del aire (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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nuevos deseos de ver
a quien las ocasionó;
y así, quiero prevenirte
de lo que es, para que no
te desespere tu vida,
y el influjo superior,
que a voluntad de los dioses
te tiene en esta prisión,
le facilite, sin que
baste a embarazarse yo.
Sabrás, pues, que Nino, Rey
de Siria, ya vencedor
de las bárbaras naciones
del Oriente, vuelve hoy
a Nínive, corte suya;
por aquí pasa, y al son
de sus cajas y trompetas,
lenguas del sangriento dios,
los rústicos moradores
de los montes de Ascalón
le aclaman; y pues que ya
sabes toda la ocasión
del militar aparato
y la dulce elevación,
sosiegate, y vuelve, vuelve
a la estancia que te dio
por cuna y sepulcro el Cielo;
que me está dando temor
pensar que el sol te ve,
y que sabe enamorarse el sol.
SEMÍRAMIS: En vano, Tíresias, quieres
que ya te obedezca, que hoy
la margen de tus preceptos
ha de romper mi ambición;
yo no he de volver a él,
si tu sañudo furor
me hiciese dos mil pedazos.
TIRESIAS: Mira.
SEMÍRAMIS: Suelta.
TIRESIAS: ¿Ya olvidó
tu memoria cuán infausto
fue tu nacimiento?
SEMÍRAMIS: No;
bien lo sé de ti, que fuiste
segundo padre, a quien yo
debí la vida.
TIRESIAS: ¿Pues cómo
no me obedece tu amor?
SEMÍRAMIS: Como mi obediencia ya
la última línea tocó
del sufrimiento, alentado
del discurso y la razón.
TIRESIAS: ¿Te acordarás qué, te dije?
SEMÍRAMIS: Sí; que Venus te anunció,
atenta al provecho mio,
que había de ser horror
del mundo, y que por mí habría,
en cuanto ilumina el sol,

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