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heredero de los siglos
a la imitación del fénix,
hoy al Africa hace guerra.
No hay caballero que quede
en Portugal; que a las voces
de la fama nadie duerme.
Quisiérale acompañar
a la jornada; y por verme
casado, no me he ofrecido
hasta que licencia lleve
de tu boca, Leonor mía.
Esta merced has de hacerme,
en este caso has de honrarme,
y este gusto he de deberte.
DOÑA LEONOR. Bien con esas prevenciones
fue menester que me hicieseis
oraciones que me animen,
y discursos que me alienten.
Vos ausente, dueño mío,
y por mi consejo ausente,
fuera pronunciar yo misma
la sentencia de mi muerte.
Idos vos sin que lo diga
mi lengua; pues que no puede
negaros la voluntad
lo que la vida os concede.
Mas porque veáis que estimo
vuestra inclinación valiente,
ya no quiero que el amor
sino el valor me aconseje.
Servid hoya Sebastián,
cuya vida el cielo aumente;
que es la sangre de los nobles
patrimonio de los reyes;
que no quiero que se diga
que las cobardes mujeres
quitan el valor a un hombre,
cuando es razón que le aumenten.
Esto el alma os aconseja,
aunque como el alma os quiere;
mas como ajena lo dice,
si como propia lo siente. (Vase.)
Escena V
DON LOPE, DON JUAN.
DON LOPE. ¿Habéis visto en vuestra vida
igual valor?
DON JUAN. Dignamente
es bien que lenguas y plumas
de la fama la celebren.
DON LOPE. Y vos, ¿qué me aconsejáis?
DON JUAN. Yo, don Lope, de otra suerte
os respondiera.
DONLOPE. Decid.
DON JUAN. Quien ya colgó los laureles
de Marte, y en blanda paz
ciñe de palma las sienes,
¿para qué otra vez, decidme,
ha de limpiar los paveses