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O bien el cadáver cayó desde el techo, o, por el contrario, se ha dado una coincidencia por demás curiosa. Pero medite usted en la cuestión de la sangre. Desde luego, si el cadáver había sangrado en algún otro lugar, no se observarían rastros de sangre en la línea. Cada uno de estos dos hechos es por si mismo sugestivo. Juntos tienen fuerza acumulativa.
-¡Eso sin contar la cuestión del billete! -exclamé yo.
-Exactamente. No logramos explicarnos la falta del billete. Esto nos lo explicaría. Todo encaja perfectamente entre sí.
-Pero supongamos que sea ese el caso: nos encontramos tan lejos de desentrañar el misterio de su muerte como antes. La verdad es que el caso no se simplifica, sino que se hace más extraordinario.
-Quizá -dijo Holmes, pensativo -quizá.
Volvió a caer en su silencio ensimismamiento que duró hasta que el tren se detuvo en la estación de Woolwich. Una vez allí llamó a un coche de alquiler y sacó de su bolsillo el papel que le había entregado Mycroft.
-Tenemos una bonita lista de visitas para hacer esta tarde. Creo que la que reclama en primer término nuestra atención es la de sir James Walter.
La casa del célebre funcionario público era una elegante villa con verdes praderas que se extendían hasta la orilla del Támesis. Cuando llegamos a ella se levantaba la niebla, y un resplandor de sol diluido y tenue, se abría paso por entre la misma. A nuestra llamada acudió un despensero, que nos contestó con rostro solemne:
-¡Señor, sir James murió esta mañana!
-¡Santo Dios! -exclamó Holmes, atónito -. ¿De qué murió?
-Señor, quizá le convenga a usted pasar y hablar con su hermano, el coronel Valentine.
-Si, eso será lo mejor.
Nos pasaron a una salita que estaba a media luz y a la que acudió enseguida un caballero de unos cincuenta años, muy alto, bello, de barba rubia. Era el hermano más joven del hombre de ciencia fallecido. Todo en él delataba lo súbito del golpe que se había descargado sobre aquella familia: la mirada ojerosa, las mejillas descoloridas y el cabello enmarañado. Casi no lograba articular las palabras al hablar de aquella muerte.
-La culpa la tiene este horrendo escándalo -nos dijo -. Mi hermano sir James era hombre muy sensible a todo lo que afectaba su honor, y no podía sobrevivir a este asunto.