El problema final (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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¿No hay una mujer enferma en el hotel?
6 Pequeña ciudad suiza que fue a finales del siglo pasado un famoso centro de curación de la tuberculosis, enfermedad real o literariamente endémica en el siglo XIX. Es en este lugar donde está localizada la acción de la novela del escritor alemán Thomas Mann (1875-1955), La montaña mágica.

-Pues claro que no -exclamó-. Pero la carta lleva el membrete del hotel. ¡Ajá! Debe de haberla escrito el caballero inglés que llegó después de que ustedes se fueran. Dijo…
Pero yo no esperé a las explicaciones del patrón. Con un estremecimiento de miedo eché a correr calle abajo y me encaminé al sendero del que acaba de descender. Me había llevado una hora bajar. A pesar de todos mis esfuerzos pasaron otras dos antes de que me volviera a encontrar en la catara de Reichenbach. El bastón de paseo de Holmes seguía apoyado en la roca donde yo le había dejado. Pero no había indicios de su presencia y de nada me sirvió gritar. La única respuesta que obtuve era mi propia voz, que multiplicaba el eco de los riscos que me rodeaban.
Fue la visión del bastón de paseo lo que me dejó frío. No había ido, pues, a Rosenlaui. Se había quedado en aquel estrecho sendero de no más de tres pies de anchura con una pared que se levantaba a pico a un lado y una caída semejante por el otro, hasta que su enemigo lo había alcanzado. El joven suizo había desaparecido también. Lo más probable es que también él trabajara para Moriarty y los hubiera dejado solos. ¿Y qué había sucedido después? ¿Quién nos lo iba a decir?
Me quedé quieto un rato, intentado recobrar el dominio de mí mismo, porque estaba totalmente aturdido por el horror. Luego empecé a pensar en los propios métodos de Holmes y a ponerlos en práctica interpretando esta tragedia. Sólo que, ¡ay!, era demasiado sencillo. Durante nuestra conversación no habíamos ido hasta el final del sendero y el bastón señalada el lugar en el que nos habíamos quedado. La tierra negruzca está siempre blanda, debido a la incesante lluvia, y un pájaro hubiera dejado sus huellas en ella. Dos líneas de pisadas estaban claramente impresas a lo largo del camino y ambas seguían el camino hasta más allá de donde yo estaba. No había ninguna que volviera hacia mí.

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