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Podía haber sido peor, pero Amy la consideró bastante mala, pues Jo, sentada en el césped con un campamento de muchachos a su alrededor y un perro de patas embarrados sentado en sus faldas (y tenía puesto su mejor vestido de fiesta) contaba una de las travesuras de Lauree a su admirativo auditorio. Uno de los pequeños empujaba las tortugas con la sombrilla preciosa de Amy, otro comía torta y caían las migas sobre el mejor sombrero de Jo, y un tercero jugaba al fútbol con una pelota hecha con sus guantes. Pero todos se divertían mucho, y cuando Jo se levantó a recoger sus estropeadas pertenencias para marcharse, su caballero la acompañó rogándole que viniese otro día porque era muy divertido enterarse de las parrandas de Laurie.
-¡Magníficos muchachos!, ¿no es verdad? Me hacen sentir joven y ágil otra vez -decía Jo caminando con las manos atrás, en parte por hábito, pero también para esconder a los ojos de Amy la sombrilla llena de salpicaduras.
-¿Por qué evitas siempre al señor Tudor? -preguntó Amy, omitiendo con sabia prudencia toda alusión al aspecto ruinoso del atuendo de su hermana.
-No me gusta; se da muchos airetes, desprecia a sus hermanas, preocupa a su padre y no habla con respeto de su madre. Laurie dice que es algo disoluto, y como no lo considero un dato deseable, lo dejo en paz; eso es todo.
-Podías por lo menos tratarlo cortésmente. Apenas si le hiciste la más fría y somera inclinación, cuando en cambia ahora saludaste y sonreíste con la mayor amabilidad a Tomás Chamberlain, cuyo padre tiene almacén. Si hubieses invertido los papeles habrías estado mejor -dijo Amy en tono reprobatorio.
-Nada de eso -replicó Jo, una vez más "en la contraria"-. Ni me gusta, ni respeto ni admiro a Tudor, por más que la sobrina del sobrino del tío de su abuelo fuera prima tercera de un lord.
-Es inútil tratar de discutir contigo -comenzó Amy.
-Completamente inútil, querida -interrumpió Jo-, así, pues, pongamos cara amable y dejemos aquí una tarjeta, ya que, evidentemente, los King no están en casa.
Habiendo llenado su función el portatarjetas de la familia, las muchachas siguieron su camino y Jo tuvo ocasión de elevar otra acción de gracias al llegar a la quinta casa, donde les dijeron que las señoritas estaban ocupadas.
-Volvámonos a casa, Amy, y dejemos a tía March para otro día.