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Los brillantes colores de sus escamas se apagaron, como si de repente se hubiera herrumbrado. No se movió.
-¿Cómo? -preguntó el conde Brass, estupefacto-. ¿La hemos matado?
Hawkmoon se puso a reír cuando distinguió un levísimo contorno que había aparecido en el inmaculado cielo del desierto.
-Alguien lo ha hecho por nosotros -dijo.
Bowgentle dio un respingo cuando vio el contorno.
-¿Qué es eso? ¿El fantasma de una ciudad?
-Casi.
El conde Brass gruñó. Arrugó la nariz y levantó la espada.
-Este nuevo peligro no me gusta ni un pelo.
-No es un peligro... para nosotros -dijo Hawkmoon-. Soryandum regresa.
Los contornos se fueron perfilando cada vez más, hasta que una ciudad se aposentó sobre el desierto. Una ciudad vieja. Una ciudad en ruinas.
El conde Brass maldijo y se acarició el bigote, todavía dispuesto a atacar.
-Envainad vuestra espada, conde Brass -indicó Hawkmoon-. Ésta es la Soryandum que buscábamos. El pueblo fantasma, aquellos antiguos inmortales de los cuales os hablé, han venido a rescatarnos. Ésta es Soryandum la bella. Mirad.
Y Soryandum era bella, pese a su estado ruinoso. Sus murallas cubiertas de musgo, sus fuentes, sus altas torres truncadas, sus flores ocres, naranjas y púrpuras, sus agrietadas calzadas de mármol, sus columnas de granito y obsidiana... Todo era bello. Y la ciudad, incluso las aves que anidaban en las casas desgastadas por el tiempo y el viento que soplaba por sus calles desiertas, tenía un aire de tranquilidad.
-Esto es Soryandum -repitió Hawkmoon, casi en un susurro.
Se encontraban en una plaza, junto a la bestia metálica muerta.
El conde Brass fue el primero en reaccionar. Cruzó el pavimento resquebrajado y tocó una columna.
-Sólida -gruñó-. ¿Cómo es posible?
-Siempre he rechazado las afirmaciones sensacionalistas de los creyentes en lo sobrenatural -dijo Bowgentle-, pero empiezo a preguntarme...
-Es la ciencia lo que ha traído a Soryandum -dijo Hawkmoon-. Y es ciencia lo que se la llevó. Yo lo sé. Fui quien proporcionó la máquina necesaria al pueblo fantasma, porque le resulta imposible abandonar la ciudad. En otro tiempo, esa gente era como nosotros, pero a lo largo de los siglos, gracias a un proceso que ni tan sólo yo comprendo, se libraron de su envoltura física y se transformaron en entes mentales. Pueden tomar forma física cuando lo desean y poseen más fuerza que la mayoría de los mortales. Son gente pacífica, y tan bella como su ciudad.
-Sois muy halagador, viejo amigo -dijo una voz surgida del aire.
-¿Rinal? -Preguntó Hawkmoon, que había reconocido la voz-. ¿Sois vos?
-En efecto, pero ¿quiénes son vuestros compañeros? Han confundido a nuestros instrumentos.