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ocasión para arrojarlos a todos. En cuanto a la tiranía de Dionisio, su
pariente Dión fue el que marchó contra él, y pudo, antes de morir,
expulsar al tirano con el auxilio del pueblo sublevado.
De las dos pasiones que son con más frecuencia causa de las
conspiraciones contra las tiranías, el odio y el desprecio, los tiranos
son siempre, por lo menos, acreedores al uno, que es el odio. Pero el
desprecio que inspiran produce con frecuencia su caída. Lo prueba el que
los que han ganado personalmente el poder han sabido conservarlo, y que
los que lo han recibido por herencia, casi todos lo han perdido muy
pronto. Degradados por los excesos y desórdenes de su vida, caen
fácilmente en el desprestigio y proporcionan numerosas y excelentes
ocasiones a los conspiradores. También puede colocarse la cólera al lado
del odio, puesto que éste como aquélla impulsan a cometer acciones
completamente semejantes, sólo que la cólera es todavía más activa que el
odio, porque conspira con tanto más ardor cuanto que la pasión no
reflexiona. Sobre todo el resentimiento producido por un insulto es el que
excita en los corazones los arrebatos de la cólera, como lo muestra la
caída de Pisistrátidas y de otros muchos. Sin embargo, el odio es más
temible. La cólera va siempre acompañada de cierto sentimiento de dolor,
que no deja lugar a la prudencia; la aversión no tiene dolor que la turbe
en sus empresas.
Resumiendo diremos que todas las causas de las revoluciones que hemos
asignado a la oligarquía exagerada y a la demagogia extrema, se aplican
igualmente a la tiranía, porque tales formas de gobierno son verdaderas
tiranías repartidas entre muchas manos.
El reinado tiene que temer mucho menos los peligros de fuera, y es lo
que garantiza su duración. En ella misma es donde deben buscarse las
causas de su destrucción, que pueden reducirse a dos: la conjuración de
los agentes de que se vale y la tendencia al despotismo, cuando los reyes