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- Tendrá que estudiar esto, Reilly - dijo Maitland -. Pero no creo equivocarme si
aseguro que con esta piedra se asesinó a la señora Leidner.
CAPÍTULO XXVI
¡La próxima seré yo!
Fue horrendo. EL doctor Leidner pareció a punto de desmayarse, y yo misma me
sentí mareada.
El doctor Reilly examinó la piedra con aire profesional.
- Supongo que no tendrá huellas dactilares - aventuró con tranquilidad.
- Ni una.
El médico sacó un par de pinzas y empezó a investigar delicadamente el pedrusco.
- Hum... un fragmento de piel humana... un cabello... rubio. Esto es una opinión
particular. Tengo que hacer un análisis detenido; comprobar el grupo a que pertenece
la sangre, etc. Pero no creo que existan muchas dudas acerca de su procedencia. ¿Dijo
usted que lo encontró bajo la cama de la señorita Johnson? Bien, bien... de modo que
era esto. Cometió el asesinato y luego le entró remordimiento y se suicidó. Es una
teoría... una bonita teoría.
El doctor Leidner sólo pudo sacudir la cabeza con aspecto desolado.
- Anne, no... no pudo ser Anne... - murmuró.
- No sé dónde pudo esconder esta piedra - dijo el capitán -. Registramos todas las
habitaciones después que se cometió el primer asesinato.
Algo me vino al pensamiento. "En el armario de la sala de estar." Pero no dije nada.
- Pero como fuese, al parecer, ella no se sintió satisfecha del escondrijo, y se llevó la
piedra a su propio dormitorio, que ya había sido registrado como los demás. O tal vez
lo hizo una vez que decidió suicidarse.
- No lo creo - dije en voz alta.
Y, en realidad, no podía imaginarse a la amable y dulce señorita Johnson
abriéndole la cabeza a la señora Leidner. ¡No podía hacerme a esa idea! No obstante,
aquello encajaba con algunas de las cosas que habían ocurrido; las lágrimas que
derramó hacía unas cuantas noches, por ejemplo. Después de todo, yo lo había tomado
como efecto del remordimiento, aunque creí que se trataba de arrepentimiento por un
crimen de menor importancia.
- No sé qué hacer - continuó Maitland -.