Asesinato en Mesopotamia (Agatha Christie) Libros Clásicos

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perdonarle, de buenas a primeras, que me tomara el pelo de la manera que lo hizo.
¡Con qué desfachatez pretendió creer que yo estaba complicada en el crimen, y que no
era una enfermera auténtica!
Los médicos a veces son así. Gastan bromas sin tener nunca en cuenta los
sentimientos de los demás.
He pensado en la señora Leidner, tratando de imaginar cómo era en realidad;
algunas veces me parece que era una mujer fatal, pero en otras ocasiones recuerdo lo
amable que fue conmigo; qué suave era su voz y qué hermoso su pelo rubio... y creo
que, al fin y al cabo, tal vez era más digna de compasión que de censura...
Y también me compadezco del doctor Leidner. Asesinó por dos veces, pero ello no
parece significar nada ante la terrible pasión que sentía por ella. No es conveniente
enamorarse así.

A medida que me voy haciendo vieja y veo tristezas y enfermedades, y conozco más
personas, más compasión siento por todos. He de confesar que, en ocasiones, no sé qué
se ha hecho de los santos y estrictos principios en que me educó mi tía. Es una mujer
muy religiosa y verdaderamente peculiar. No hay vecino del que no conozca todas sus
faltas pasadas y presentes...
¡Dios mío! Era verdad lo que me dijo el doctor Reilly. ¿Cómo podría acabar de
escribir? Si pudiera encontrar una frase eficaz...
Le rogaré al doctor que me proporcione una sentencia árabe como la que utilizó
monsieur Poirot: "En el nombre de Alá, el misericordioso, el compasivo...», o algo
parecido.

FIN

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