Página 3 de 12
Nada más.
Habiendo sufrido tal decepción con su sobrina, la señora Harter dedicó su atención a los sobrinos, y Carlos fue un éxito rotundo desde el principio. Siempre se mostraba amable y deferente con su tía, escuchando con apariencia de gran interés los relatos de su pasada juventud. En esto era muy distinto de Miriam, que siempre demostró su desagrado. Carlos nunca se disgustaba..., siempre estaba de buen humor... y contento, y decía a su tía constantemente que era una anciana perfecta y encantadora.
Altamente satisfecha de su nueva adquisición, la señora Harter había escrito a su abogado dándole instrucciones para que redactara un nuevo testamento. Una vez éste se lo hubo enviado para que lo aprobara, lo firmó satisfecha.
Y ahora, incluso en el asunto de la radio, Carlos no tardó en demostrar que había ganado nuevos laureles.
La señora Harter, al principio tan contraria a la radio, se fue haciendo tolerante y luego una entusiasta aficionada. Disfrutaba mucho más cuando Carlos estaba fuera. Lo malo de Carlos era que no podía dejar tranquilo el aparato, y cuando él no estaba, podía sentarse cómodamente en su butaca y escuchar un concierto sinfónico, o una conferencia sobre Lucrecia Borgia, feliz y en paz con todo el mundo. Pero Carlos, no. y la armonía veíase interrumpida con chirridos discordantes mientras él con gran entusiasmo trataba de encontrar emisoras extranjeras. Pero aquellas noches en que Carlos cenaba con sus amigos, la señora Harter disfrutaba mucho con la radio escuchando los programas de noche desde su butaca.
Fue cosa de unos tres meses después de que instalaran el aparato cuando tuvo el primer susto. Carlos había ido a jugar una partida de bridge.
El programa de aquella noche era un concierto. Una soprano muy conocida estaba cantando Annie Laurie, y en mitad de la canción ocurrió algo muy extraño. Hubo una interrupción, la música cesó, continuando los zumbidos y los ruidos intermitentes, que luego también cesaron. Se hizo el silencio y al fin se oyó un nuevo zumbido.
La señora Harter tuvo la impresión de que el aparato había captado un punto muy lejano y luego se oyó claramente la voz de un hombre con ligero acento irlandés.
«Mary... ¿Me oyes, Mary? Te habla Patrick... pronto voy a ir a buscarte. Estarás preparada. ¿No es verdad, Mary?»
Y luego, casi inmediatamente, volvieron a oírse las notas de Annie Laurie.