El caso de Charles Dexter Ward (Howard Phillips Lovecraft) Libros Clásicos

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Por otra parte y en el mejor de los casos, la expulsión del siniestro individuo solo significaría el traslado a otro lugar de la amenaza que representaba. La ley era por entonces letra muerta, y aquellos hombres que durante tantos años habían burlado a las fuerzas reales no eran de los que se amilanaban fácilmente cuando el deber requería su intervención en cuestiones más difíciles y delicadas. Decidieron que lo mejor sería que una cuadrilla de soldados avezados sorprendiera a Curwen en su granja de Pawtuxet y le dieran ocasión para que se explicara. Si quedaba demostrado que era un loco que se divertía imitando voces distintas, le encerrarían en un manicomio. Si se descubría algo más grave y los secretos soterrados resultaban ser realidad, le matarían a él y a todos los que le rodeaban. El asunto debía llevarse con la mayor discreción y en caso de que Curwen muriera no se informaría de lo sucedido ni a la viuda ni al padre de ésta.
Mientras se discutían aquellas graves medidas, ocurrió en la ciudad un incidente tan terrible e inexplicable que durante algún tiempo no se habló de otra cosa en varias millas a la redonda. Una noche del mes de enero resonaron por los alrededores nevados del río, colina arriba, una serie de gritos que atrajeron multitud de cabezas somnolientas a todas las ventanas. Los que vivían en las inmediaciones de Weybosset Point vieron entonces una forma blanca que se lanzaba frenéticamente al agua en el claro que se abre delante de la Cabeza del Turco. Unos perros aullaron a lo lejos, pero sus aullidos se apagaron en cuanto se hizo audible el clamor de la ciudad despierta. Grupos de hombres con linternas y mosquetones salieron para ver que había ocurrido, pero su búsqueda resultó infructuosa. Sin embargo, a la mañana siguiente, un cuerpo gigantesco y musculoso fue hallado, completamente desnudo, en las inmediaciones de los muelles meridionales del Puente Grande, entre los hielos acumulados junto a la destilería de Abbott. La identidad del cadáver se convirtió en tema de interminables especulaciones y habladurías. Los más viejos intercambiaban furtivos murmullos de asombro y de temor, ya que aquel rostro rígido, con los ojos desorbitados por el terror, despertaba en ellos un recuerdo: el de un hombre muerto hacía ya más de cincuenta años.
Ezra Weeden presenció el hallazgo y, recordando los ladridos de la noche anterior, se adentró por Weybosset Street y por el puente de Muddy Dock, en dirección al lugar de donde procedía el sonido.

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