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No había ningún nombre
escrito en la puerta. Harry Drake no tenía interés en que fuera conocido el destino de
Elena.
La voz de la desdichada llegaba clara a mis oídos. Su canto era una serie de frases
interrumpidas, una mezcla extraña de dulzura y tristeza.
Parecía que una persona, bajo la impresión de un sueño magnético, recitaba estrofas
irregulares.
¡No! ¡No había duda para mí! Quien cantaba de aquel modo era Elena; estaba seguro de
ello, aunque tenía miedo de reconocer su identidad.
Después de escuchar por espacio de algunos minutos, cuando iba a retirarine, oí pasos
en el corredor. ¿Era Drake? En interés de Elena y Fabián, no quería ser sorprendido en
aquel sitio.
Por fortuna, el pasillo, dando vuelta a la doble fila de camarotes, me permitía subir a
cubierta sin ser visto. Pero quería saber quién venía. La oscuridad me protegía, y co-
locándome en un rincón, podía ver sin que me vieran.
El ruido había cesado. ¡Coincidencia extraña! Con él había cesado el canto de Elena.
Pronto volvió a empezar el canto, y el piso volvió a crujir bajo la presión de un paso
lento. Alargué la cabeza, y en el fondo del corredor, en vaga claridad de la importa de los
camarotes, reconocí a Fabián.
¡Era mí desventurado amigo! ¿Qué instinto le conducía allí? ¿Había, pues, descubierto,
antes que yo, la vivienda de la joven? No sabía a qué atenerme. Fabián adelantaba con
lentitud, a lo largo de las paredes, escuchando, siguiendo, como por un hilo, aquella voz
que le atraía, tal vez a pesar suyo, sin saberse él mismo. Sin embargo, me parecía que el
canto se debilitaba a medida que Fabián se iba acercando, y que aquel hilo iba a
romperse... Fabián llegó a la puerta del camarote y se detuvo.
¡Cómo debía palpitar su corazón, al eco de aquellos tristes acentos! ¡Cómo debía
estremecerse todo su ser! Era imposible que aquella voz no despertara en él recuerdos del
pasado. Pero al mismo tiempo, ignorando la presencia de Harry Drake, ¿cómo había de
sospechar la presencia de Elena? No era posible; sólo le atraían, sin duda, aquellos do-
lientes ayes, que correspondían al inmenso dolor que llevaba consigo.
Fabián escuchaba. ¿Qué haría? ¿Llamaría a la loca? ¿Y si Elena aparecía de pronto?