Página 25 de 57
jamás hombre alguno haya merecido. Mi charla contigo se ceñirá a cómo
Benedicto está enfermo de amor por Beatriz. De esta sustancia se forja la flecha
del astuto y diminuto Cupido, que sólo hiere de oídas.
Entra BEATRIZ, por el fondo.
Comencemos ya; porque mira por donde viene Beatriz, deslizándose pegada al
suelo, como un avefría, para oír nuestra conferencia.
ÚRSULA.-Lo más entretenido de la pesca es ver al pez con sus remos de oro
cortar la onda de plata y tragar ávidamente el pérfido anzuelo. Pesquemos así a
Beatriz, que ahora se oculta en la cobertura de la madreselva. No temáis por mi
papel en el diálogo.
HERO.-Acerquémonos, pues, a ella; que sus oídos no pierdan nada del cebo
dulce e hipócrita que le arrojamos. (Avanzan hacia la enramada.) No, por cierto,
Úrsula; ella es demasiado desdeñosa. Conozco su carácter, tan fiero y esquivo
como los halcones montanos que habitan en las rocas.
ÚRSULA.-Pero, ¿estáis segura de que Benedicto ama tan ardorosamente a Beatriz?
HERO.-Así lo dicen el príncipe y mi prometido.
ÚRSULA.-¿Y os han encargado de que la informéis de ello, señora?
HERO.-Me han rogado que se lo participe; pero yo les he contestado que, si estiman a Benedicto, le insten a que luche contra ese afecto y no se lo haga saber nunca a Beatriz.
ÚRSULA.-¿Por qué? ¿No es ese caballero merecedor de compartir un tálamo tan digno como aquel en que Beatriz pueda nunca reposar?
HERO.-¡Oh dios del amor! Bien sé que merece cuanto pueda otorgarse a un hombre; pero jamás formó la naturaleza un corazón femenino de materia más dura que el de Beatriz. En sus ojos cabalga chispeante el desdén y la mofa, que desprecian cuanto contemplan; y cotiza su propia discreción a precio tan alto, que, fuera de ella, nada tiene valor. No puede amar ni concebir forma ni proyecto alguno afectuoso; tan engreída está.
ÚRSULA.-Cierto. Yo pienso lo mismo. Y en estas condiciones seguramente no sería bueno que conociera su amor, no sea que se burle de él. HERO.-En efecto, decís verdad. Jamás he visto hombre, por sabio, por joven, noble o de raras facciones que fuere, a quien no haya dispensado mala acogida. Si es rubio, jura que el caballero podría pasar por su hermana. Si es moreno, ¡bah!, la naturaleza, tomando el dibujo de una estantigua, formó una sucia mancha.