Ruleta: Los Tahúres

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Tal vez Watrice no habría sido descubierto jamás si no se hubiese peleado con su esposa, que era, a la vez, su cómplice. Se negó a comprarle un collar de perlas, y la mujer, que había bebido demasiado, dijo en el bar del casino:

-La verdad es que no te entiendo. Por lo que te cuesta ganar... podrías hacer un pequeño esfuerzo por mí.

Alguien fue a soplar aquello al controlador Taupin, el cual hizo vigilar al tahúr, hasta que fue posible sorprenderlo in f raganti. Este escándalo no fue sofocado, y Watrice hubo de pasar cuatro años en la cárcel.

"Ya no son posibles los grandes trucos -nos dice Taupin-. Ahora los sabots se construyen de forma que el banquero no puede sustituir las cartas durante la partida. Y las cartas son preparadas expresamente por una fábrica, que las vende sólo a las casas de juego. Se trata de cartas más grandes que las normales, con el dorso impreso en una tinta plana, de modo que sean más fácilmente visibles los signos convencionales que puedan trazar en ellas los tahures con la uña o con un alfiler, para reconocer el ocho y el nueve. Tras haber sido usadas, estas cartas son quemadas y ya no regaladas, como se hacía en otros tiempos, a los cuarteles y a los hospitales."

El mismo principio se sigue en Italia.

He aquí por qué no conviene jugar nunca con personas desconocidas. Conozco a un industrial que fue "pelado" por un tahúr con ayuda de un sabot de doble fondo, que permitía hacer salir las cartas que le interesaban al tahúr. Y sé de cartas tratadas con ácidos especiales, al objeto de hacer salir de un sabot regular las cartas que se desean.

En Londres fue recientemente desarticulada una banda que, con ayuda de un croupier, había aflojado los tornillos que, en el cilindro de la ruleta, mantienen bloqueadas las "aletas" de las distintas casillas. Habían sido aflojados sólo los tornillos de algunos números, sobre los cuales se detenía más fácilmente la bola.

En 1976, en Viena, cinco falsarios y dos croupiers fueron condenados a un año de cárcel, condicional, por haber trucado una ruleta en el casino de Baden.

En Francfort, en una casa de juego clandestina, situada en un apartamento de un tercer piso, la Banca perdió enormes sumas, y luego se descubrió que algunos delincuentes habían alquilado el apartamento de abajo, en el cual habían colocado un gato hidráulico que, apretando contra el techo, levantaba unos milímetros el pavimento de la estancia en que se encontraba la ruleta y permitía a los cómplices apostar con toda seguridad a los números "en pendiente". (En 1977, las casas de juego alemanas --las oficiales- tuvieron unas pérdidas equivalentes a trescientos millones de pesetas. Y otros muchos millones cambiaron de mano en los Zok, o sea, en las casas clandestinas, donde, a menudo, los croupiers son mujeres, que trabajan con los senos al aire, como explico en mi libro La Europa criminal, publicado en España por "Plaza & Janés".)

Otro escándalo estalló, en el otoño de 1977, en el casino de Bregenz, donde un jugador había ganado dos millones de chelines. Pero el escándalo fue sofocado. O tal vez no hubo trampa y el jugador se aprovechó del desgaste de la ruleta para acertar, con sospechosa frecuencia, los números que salían.

En Bad Neuenahr fueron detenidos dos jugadores que se habían untado cola en la palma de la mano y, fingiendo inclinarse sobre la mesa para apostar, robaban las fichas apostadas por otros jugadores. En el mismo casino, un prófugo húngaro jugaba siguiendo las instrucciones que le enviaba por radio un cómplice, que se hallaba de pie junto a la ruleta y señalaba los números antes de que el croupier tuviese tiempo de abrir la boca. De esta forma, su amigo lograba hacer apuestas seguras.

Finalmente, el casino de Kitzbuehl se descubrió que el gran aumento de las ganancias por parte de los jugadores se debía a una ruleta trucada. No fue posible descubrir quién la había manipulado, pero lo cierto es que el casino perdió el equivalente de 20 millones de pesetas.

A los trucos empleados por los croupiers se han de añadir aquellos que practican los croupiers deshonestos. Me ocuparé de ello en otro capítulo. Aquí me gustaría recordar sólo aquellos que, según las acusaciones de la Magistratura, serían empleados por una casa de juego italiana (concretamente, Venecia), donde algunos croupiers --citaré la acusación- "hacían aparecer como apostada una suma en dos números, el primero de los cuales representaba la posibilidad, y el segundo, la seguridad, dado que era pronunciado después de la salida".

El lenguaje de la Justicia no es siempre de fácil inteligencia. Pero creo que el magistrado quería decir que los croupiers permitían a los cómplices anunciar la jugada cuando el número había ya salido. En efecto, un jugador puede, en el último momento, anunciar una jugada, entregando las fichas al croupier y diciendo: "Juégueme los cercanos al cero", o "Juégueme la final dos". Cuando la bola se ha detenido, el croupier coloca las fichas del anuncio, pero sólo si el jugador ha ganado. De lo contrario, las fichas son retiradas inmediatamente y embolsadas por la casa.

Por tanto, teóricamente, un croupier al que se le diese el encargo de apostar la final dos, podría, por el contrario, colocar una ficha en el 13 (si éste fuese el número que hubiera salido), fingiendo ha ber entendido "final tres" en vez de "final dos". Pero conviene repetir que el croupier tiene la obligación de repetir en voz alta el anuncio, para dar cuenta del mismo al jefe de mesa y al representante del Ayuntamiento. En consecuencia, este truco podría hacerse -o podría haberse hecho-- sólo gracias a la complicidad de muchas personas.

Además, siempre de acuerdo con un jugador, el croupier podría recurrir a otro truco. Imagínense ustedes que el jugador le entrega en el último momento dieciocho fichas de mil pesetas unidad, anunciando una apuesta de dos mil pesetas sobre cada una de las nueve combinaciones de los cercanos al cero. O sea, por emplear la expresión técnica, imaginen que el jugador anuncia que quiere jugar "los vecinos a dos mil". Si, por el contrario, la bola fuese a caer en el sector opuesto al de los cercanos al cero, o sea, en el sector de la serie 5/8, el croupier podría fingir haber recibido el encargo de jugar "la serie a tres mil", o sea, apostar tres mil pesetas sobre los seis caballos de la serie 5/8.

Por otra parte, el croupier deshonesto, cuando "hace la ensalada", o sea, rastrilla las fichas perdidas'por los jugadores, dejando en el tapete sólo las fichas ganadoras, puede desplazar una ficha perdedora y colocarla en un número que haya salido, dejando al cómplice el encargo de embolsarse la ganancia. Pero, ¿cómo podría no darse cuenta de este expediente el jefe de mesa y el inspector del Ayuntamiento?

El 14 de abril de 1978, nueve croupiers del casino Ruhl, en Niza, fueron detenidos bajo la acusación de haber defraudado más de 16 millones de francos mediante el sistema del baron. Actuaban de acuerdo con algunos jugadores, desplazando sus fichas -una vez que se había detenido la bola- sobre el número que había salido. En el otro casino de Niza, el "Palais de la Mediterranée", se descubrió que tres jugadores italianos habían ganado 5 millones de francos al chemin empleando -con ayuda de los croupiers- cartas marcadas. Dos socios de la dueña del "Palais" Madame Renée Le Roux fueron asesinados: Pierre Vasseur, a tiros, y Pancrace Santoni, mediante una bomba colocada en su automóvil. Y, además, desapareció misteriosamente la hija de Madame Le Roux. Después de estos escándalos, las autoridades francesas cerraron el "Palais de la Mediterranée".

En Venecia estalló el escándalo cuando el administrador advirtió que las propinas (el 49% de las cuales va a los croupiers) representaban casi el 46 % de los ingresos totales, una proporción muy sospechosa, que hizo pensar en ta posibilidad de que los croupiers metiesen a escondidas algunas fichas en el cajón de las propinas, para aumentar sus ganancias. La sociedad concesionaria, de acuerdo con los inspectores del Ayuntamiento, hizo llevar a cabo una investigación secreta recurriendo incluso a detectives privados, y las investigaciones permitieron registrar enormes desfalcos (se ha hablado de quinientos millones). Muchos croupiers fueron despedidos en el acto; otros, denunciados. Los directores de otras casas de juego me dijeron:

-Parece realmente imposible que algún croupier haya llevado a cabo trucos de este tipo, porque son muy severos los controles impuestos por el reglamento. Pero, naturalmente, si todos hubiesen estado de acuerdo -croupiers, jefes de mesa y representantes del Ayuntamiento-, la cosa habría sido posible.

Todo es posible en este mundo. Hasta que un jugador pase junto a la mesa de la ruleta su noche de bodas, apueste al número correspondiente a la fecha de su matrimonio (o sea, el día en que está jugando) y vea salir precisamente aquel número. Es un bonito regalo de bodas. Me ocurrió a mí, el día en que me casé, precisamente en el casino de Venecia.

Luego, durante veinte años, no tuve ocasión de volver a poner los pies en las salas de juego de Venecia. Volví en 1962, con la esperanza de indagar algo sobre el escándalo del que por entonces tanto se hablaba. Recordando la experiencia de veinte años antes, aposté inmediatamente al mismo número que me había favorecido el día en que me casé. E inmediatamente lo vi salir, fiel a la cita.

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