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.. ¡Sí, para castigarme, para atormentarme! ¡Y no sabes, ni remotamente, lo estúpido que es eso, verdugo! ¡Sí, estúpido, estúpido, estúpido!
De nuevo se dispuso a salir de la habitación, silencioso como de costumbre, pero lo sujeté por la ropa.
-¡Escucha! -le grité-. ¡Mira el dinero! ¿Lo ves? -y lo saqué del cajón-. Siete rublos. Están aquí, y bien contados. Pero no los tendrás; no te los daré hasta que me pidas perdón respetuosamente. ¿Has oído?
-Eso no puede ser -respondió Apolonio con un aplomo impresionante.
-¡Eso será! -exclamé-. ¡Palabra de honor que será! -No tengo por qué pedirle perdón -dijo Apolonio como si no oyese mis gritos-. En cambio usted me ha llamado «verdugo». Podría ir a quejarme al comisario de policía.
-¡Ya puedes ir! -vociferé-. ¡Anda, ve ahora mismo! ¡Eso no impedirá que seas un verdugo! ¡Un verdugo! ¡Un verdugo!
Apolonio se limitó a mirarme. Luego dio media vuelta y, sin prestar más atención a mis voces, sin volver la cabeza, salió de la habitación paso a paso.
«Si no hubiese sido por Lisa, no habría ocurrido nada de esto», me dije. Y, tras un minuto de espera, solemnemente pero con fuertes palpitaciones en el corazón, me dirigí al rincón que ocupaba Apolonio.
-¡Apolonio! -dije con voz dulce pero ahogada-. Ve a ver al comisario de policía. ¡Corre, ve!
Él estaba ya instalado ante su mesa, se había puesto las gafas y se disponía a coser algo. Al oír mi orden, estalló en una risotada.
-¡Ve, ve inmediatamente! ¡No tienes ni la menor idea de lo que puede ocurrir!
-Pero ¿se ha vuelto loco? -dijo Apolonio sin ni siquiera levantar la cabeza, ceceando como siempre y enhebrando su aguja-. ¿Dónde se ha visto que uno mismo vaya a denunciarse a la policía? Si lo hace para asustarme, sepa que es inútil: no conseguirá usted nada.
-¡Ve! -grité con voz aguda asiéndole el hombro. Un instante más, y le habría pegado.
Pero en aquel momento la puerta de la antecámara se abrió lentamente, sin ruido, y entró una persona, que se detuvo en el umbral y nos miró a los dos perpleja. Alcé lo ojos y me quedé estupefacto. Luego huí a mi habitación rojo de vergüenza. Me mesé los cabellos con las dos manos, apoyé la cabeza en la pared, y así permanecí, esperando.