Peter Pan (J.M. Barrie) Libros Clásicos

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La casa era muy bonita y sin duda Wendy estaba muy cómoda dentro, aunque, claro está, ya no podían verla. Peter se movió de un lado a otro encargando los toques finales. Nada se escapaba a su vista de águila. Justo cuando parecía totalmente acabada dijo:
-La puerta no tiene aldaba.
Se quedaron muy avergonzados, pero Lelo entregó la suela de su zapato, que se convirtió en una aldaba excelente. Ya está totalmente acabada, pensaron.
Ni mucho menos.
-No hay chimenea -dijo Peter-, tenemos que poner una chimenea.
-Sí que le hace falta una chimenea -dijo John dándose importancia. Esto le dio una idea a Peter. Le arrancó a John el sombrero de la cabeza, lo desfondó y colocó el sombrero sobre el tejado. La casita se puso tan contenta de tener una chimenea tan buena que, como para dar las gracias, inmediatamente empezó a salir humo del sombrero.
Ahora ya estaba realmente acabada. No quedaba nada más que hacer, salvo llamar a la puerta.
-Poneos guapos -les advirtió Peter-, las primeras impresiones son importantísimas.
Se alegró de que nadie le preguntara qué eran las primeras impresiones: estaban todos demasiado ocupados poniéndose guapos.
Llamó a la puerta cortésmente y ahora el bosque estaba tan silencioso como los niños, no se oía ni un ruido, salvo a Campanilla, que estaba observando desde una rama y mofándose sin disimulos.
Lo que los chicos se preguntaban era, ¿contestaría alguien a la llamada? Si fuera una dama, ¿cómo sería?
La puerta se abrió y salió una dama. Era Wendy. Todos se quitaron el gorro.
Parecía debidamente sorprendida y así era justo como habían esperado que estuviera.
-¿Dónde estoy? -dijo.
Naturalmente, Presuntuoso fue el primero en meter baza.

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