Peter Pan (J.M. Barrie) Libros Clásicos

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Una vez que se encaja, hay que tener mucho cuidado para seguir encajando y esto, según iba a descubrir Wendy encantada, mantiene a toda una familia en perfectas condiciones.
Wendy y Michael encajaron en sus árboles al primer intento, pero a John hubo que alterarlo un poco.
Tras unos cuantos días de práctica podían subir y bajar con la facilidad de unos cubos en un pozo. Y cómo se encariñaron con su casa subterránea, especialmente Wendy. Consistía en una estancia grande, como deberían tener todas las casas, con un suelo en el que se podía cavar si se quería pescar y en este suelo crecían gruesas setas de bonitos colores, que se empleaban como taburetes. Un árbol de Nunca jamás se esforzaba por crecer en el centro de la habitación, pero todas las mañanas serraban el tronco, a ras del suelo. Hacia la hora del té siempre tenía unos dos pies de alto y entonces colocaban una puerta sobre él, con lo cual aquello se convertía en una mesa; tan pronto como lo recogían todo, volvían a serrar el tronco y así tenían más espacio para jugar. Había un hogar enorme que se encontraba casi en cualquier lugar de la habitación donde se quisiera encenderlo y encima Wendy tendía unas cuerdas, hechas de fibra, donde colgaba la colada. De día la cama se dejaba apoyada contra la paredy se bajaba a las 6.30, momento en el que ocupaba casi media habitación y todos los chicos menos Michael dormían en ella, como sardinas en lata. Había una norma estricta que prohibía darse la vuelta hasta que uno no diera la señal y entonces todos se daban la vuelta al mismo tiempo.

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