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joven, poniéndole el nombre de Gaspar Hauser; y cuidaron de su educación y
sostenimiento. Andando los tiempos aprendió el alemán, desarrollándose en
él notable inteligencia. Preguntado tiempo después, sobre su infancia, y
sus recuerdos, aseguró que desde muy niño había sido criado en estrecha
prisión, a donde diariamente, entraba un hombre llevándole agua y
provisiones, cuyo hombre hacia la limpieza y arreglo de su cuarto prisión,
sin jamás dirigirle la palabra; que el día en que fue hallado en el camino
real; ese hombre, muy de mañana, lo había vestido con la ropa nueva; con
la que se le encontró; y enseguida lo había sacado de la prisión, y
después de hacerlo andar larga distancia, lo había dejado en el punto
donde fue encontrado. Los sabios de Alemania hicieron profundo examen y
estudio del desarrollo de las facultades mentales de Hauser; y se hacían
frecuentes e interesantes publicaciones a ese respecto. Los amigos, y no
eran pocos, de Hauser, emplearon las más activas averiguaciones para
iluminar el misterio, que cubría el origen de este joven: todo era
infructuoso, pero el mismo mal resultado de sus investigaciones, sólo
sirvió para aumentar sus esfuerzos. Se hallaba Hauser, si mal no recuerdo
de estudiante ya en la Universidad de Leipzig, cuando recibió una carta
sin firma; el que le escribía le ofrecía dar todos los datos referentes a
su nacimiento y familia; lo citaba para un punto extramuros, y le
encargaba la más completa reserva, pues sería espiado si iba a la cita, y
esta no tendría lugar si era acompañado de alguien, aunque fuese a la