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desvanecieron ante la confusión de la Bandada.
-Bueno, de acuerdo: son Exilados -dijeron algunos de los jóvenes-, pero, oye,
¿dónde aprendieron a volar asi?
Pasó casi una hora antes de que la Palabra del Mayor lograra repartirse por la
Bandada: Ignoradlos. Quien hable a un Exilado será también un Exilado.
Quien mire a un Exilado viola la Ley de la Bandada.
Espaldas y espaldas de grises plumas rodearon desde ese momento a Juan,
quien no dio muestras de darse por aludido. Organizó sus sesiones de
prácticas exactamente encima de la Playa del Consejo, y, por primera vez,
forzó a sus alumnos hasta el límite de sus habilidades.
-¡Martín Gaviota -gritó en pleno vuelo-, dices conocer el vuelo lento! Pruébalo
primero y alardea después! ¡VUELA!
Y de esta manera, nuestro callado y pequeño Martín Alonso Gaviota,
paralizado al verse el blanco de los disparos de su instructor, se sorpendió a
sí mismo al convertirse en un mago del vuelo lento. En la más ligera brisa,
llegó a curvar sus plumas hasta elevarse sin el menor aleteo, desde la arena
hasta las nubes y abajo otra vez.
Lo mismo le ocurrió a Carlos Rolando Gaviota, quien voló sobre el Gran Viento
de la Montana a ocho mil doscientos metros de altura y volvió, maravillado y
feliz y azul de frío, y decidido a llegar aún más alto al otro día.
Pedro Gaviota, que amaba como nadie las acrobacias, logró superar su caida
"en hoja muerta", de dieciséis puntos, y al día siguiente, con sus plumas
refulgentes de soleada blancura, llegó a su culminación ejecutando un tonel