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aprendiza con trajes y sombreros para la Baronesa y Kate.
Manuel, una noche, vio pasar a la aprendiza de la costurera con una
caja grande en la mano, y se sintió enamorado.
La siguió de lejos con gran miedo de que lo viera. Mientras iba tras ella,
pensaba en lo que se le tendría que decir a una muchacha así, al
acompañarla. Había de ser una cosa galante, exquisita; llegaba a
suponer que estaba a su lado y torturaba su imaginación ideando frases
y giros, y no se le ocurrían más que vulgaridades. En esto, la aprendiza
y su caja se perdieron entre la gente y no volvió a verlas.
Fue para Manuel el recuerdo de aquella chiquilla como una música
encantadora, fantasía, base de otras fantasías. Muchas veces ideaba
historias, en que él hacía siempre de héroe y la aprendiza de heroína. En
tanto que Manuel lamentaba los rigores del destino, Roberto, el
Pío Baroja
estudiante rubio, se dedicaba también a la melancolía, pensando en la
hija de la Baronesa. Algunas bromas tenía que sufrir el estudiante, sobre
todo de la Celia, que, según malas lenguas, trataba de arrancarle de su
habitual frialdad; pero Roberto no se ocupaba de ella.
Días después, un motivo de curiosidad agitó la casa.
Al volver de la calle los huéspedes, se saludaban en broma unos a
otros, diciéndose, a manera de santo y seña: Quién es don Telmo? Qué
hace don Telmo?
Un día estuvo el delegado de policía del distrito hablando en la casa de