La lucha por la vida II (Pío Baroja) Libros Clásicos

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Además, quisiera que pasaras por mi casa, porque tú, con tu talento, me puedes dar una idea.
-Me adulas de una manera indecente.
-No, es la verdad; tú entiendes de esas cosas. Conque ¿irás? -Bueno, iré algún día.
-Sí, vete. La verdad, créeme, me quiero hacer una persona decente y trabajar, para que mi pobre padre pueda vivir en la vejez tranquilo.
-Hombre, me parece bien.
-Oye otra cosa. Este muchacho que tenéis aquí, ¿os sirve? -¿Por qué?
-Porque yo me lo podía llevar a mi casa y allí podría aprender el oficio:
-Mira, también eso me parece bien. Llévatelo.
-¿Querrá Álex?
-Con tal que quiera el chico.
-¿Le hablarás?
-Sí, ahora mismo.
-¿Cuento con que escribirás esas cartas?
-Sí.
-Bueno; me voy, que tengo que comprar unos cristales. ¡Háblale al chico!
-Descuida.
-Gracias por todo. Y vete por mi casa, ¿eh? Mira que de eso depende mi porvenir y el de mi padre.
-Iré por allá.
Bernardo estrechó la mano de su amigo con efusión y se fue. Roberto, al terminar de escribir, llamó:
-Manuel.
-¿Qué?
-Estabas despierto, ¿eh?
-Sí, señor.
-Pues si quieres, ya sabes. Ahí tienes un oficio que aprender. -Iré, si le parece a usted bien.
-Lo que tú quieras.
-Entonces voy ahora mismo.
Manuel dejó la guardilla de Roberto sin despedirse de Álex y se marchó en busca de Bernardo Santín a la calle de Luchana. Era el piso tercero, pero con el entresuelo y el principal resultaba quinto. Llamó Manuel y le abrió un viejo con ojos encarnados, el padre de Bernardo.

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