La Casa Hechizada (Charles Dickens) Libros Clásicos

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vi en el espejo, mirándome, rectamente, los ojos de un joven de veinticuatro
veinticinco años. Aterrado por ese nuevo fantasma cerré los ojos e hice un
esfuerzo voluntarioso por recuperarme. Al abrirlos de nuevo vi en el espejo
afeitándose, a mi padre, quien hacía ya tiempo que había muerto. Incluso llegué
a ver a mi abuelo, a quien no había llegado a conocer.
Aunque muy afectado, lógicamente, por esas visitas asombrosas, decidí guardar el
secreto hasta el momento fijado para la revelación general. Agitado por una
multitud de pensamientos curiosos me retiré a mi habitación esa noche dispuesto
a enfrentarme a alguna experiencia nueva de carácter espectral. ¡No fue
innecesaria mi preparación, pues al despertar de un inquieto sueño exactamente a
las dos de la madrugada imagine el lector lo que sentí al descubrir que estaba
compartiendo la cama con el esqueleto del Amo B.!
Me levanté como impulsado por un resorte y el esqueleto hizo lo mismo. Escuché
entonces una voz quejumbrosa que decía:
-¿Dónde estoy? ¿Qué ha sido de mí?
Al mirar fijamente en esa dirección, percibí el fantasma del Amo B.
El joven espectro iba vestido siguiendo una moda obsoleta: o más bien que
vestido podía decirse que iba embutido en un paño de mezclilla de calidad
inferior que unos botones brillantes volvían horrible. Observé que, en una doble
hilera, esos botones llegaban hasta los hombros del joven fantasma dando la
impresión de que descendían por su espalda. Unas chorreras le cubrían el cuello.
La mano derecha (que vi con toda claridad que estaba manchada de tinta) la tenía
sobre el estómago; relacionando ese gesto con algunos granos que tenía en
su semblante, y con su aspecto general de sentir náuseas, llegué a la conclusión
de que era el fantasma de un muchacho que había tenido que tomas excesivas
medicinas.
-¿Dónde estoy? -preguntó el pequeño espectro con voz patética-. ¿Y por qué tuve
que nacer en la época del calomelanos, y por qué me tuvieron que dar tanto
calomelanos?
Le contesté con la sinceridad más formal que por mi alma que no podía decírselo.
-¿Dónde está mi hermanita y dónde mi angélica y pequeña esposa, y dónde el chico
con el que iba a la escuela?
Le rogué al fantasma que se consolara, pero por encima de todas las cosas me

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