Odisea (Homero) Libros Clásicos

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Comed ahora sentados en el palacio y deleitaos con palabras, que yo voy a haceros un relato oportuno. Yo no podría contar ni enumerar todos los trabajos de Odiseo el sufridor, pero sí esto que realizó y soportó el animoso varón en el pueblo de los troyanos donde los aqueos padecisteis penalidades: infligiéndose a sí mismo vergonzosas heridas y echándose por los hombros ropas miserables, se introdujo como un siervo en la ciudad de anchas calles
de sus enemigos. Así que ocultándose, se parecía a otro varón, a un mendigo, quien no era tal en las naves de los aqueos. Y como tal se introdujo en la ciudad de los troyanos, pero ninguno de ellos le hizo caso; sólo yo lo reconocí e interrogué, y él me evitaba con astucia. Sólo cuando lo hube lavado y arreglado con aceite, puesto un vestido y jurado con firme juramento que no lo descubriría entre los troyanos hasta que llegara a las rápidas naves y a las tiendas, me manifestó Odiseo todo el plan de los aqueos. Y después de matar a muchos troyanos con afilado bronce, marchó junto a los argivos llevándose abundante información. Entonces las troyanas rompieron a llorar con fuerza, mas mi corazón se alegraba, porque ya ansiaba regresar rápidamente a mi casa y lamentaba la
obcecación que me otorgó Afrodita cuando me condujo allí lejos de mi patria, alejándome de mi hija, de mi cama y de mi marido, que no es inferior a nadie ni en juicio ni en porte.»
Y el rubio Menelao le contestó y dijo:
«Sí, mujer, todo lo has dicho como te corresponde. Yo conocí el parecer y la inteligencia de muchos héroes y he visitado muchas tierras. Pero nunca vi con mis ojos un corazón tal como era el del sufridor Odiseo. ¡Como esto que hizo y aguantó el recio varón en el pulido caballo donde estábamos los mejores de los argivos para llevar muerte y desgracia a los troyanos! Después llegaste tú-
debió impulsarte un dios que quería conceder gloria a los troyanos - yo seguía Deífobo seme jante a los dioses. Tres veces lo acercaste a palpar la cóncava trampa y llamaste a los mejores dánaos, designando a cada uno por su nombre, imitando la voz de las esposas de cada uno de los argivos. También yo y el hijo de Tideo y el divino Odiseo, sentados en el centro, lo oímos cuando nos llamaste.

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