El amigo abnegado (Oscar Wilde) Libros Clásicos

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-Mi querido amigo, mi mejor amigo -exclamó el pequeño Hans-, todas las flores de mi jardín están a tu disposición. Prefiero con mucho que tú tengas una buena opinión de mí a tener yo mis botones de plata, y eso en cualquier ocasión.
Y corrió a coger todas sus lindas velloritas y llenó la cesta del molinero.
-Adiós, pequeño Hans -dijo el molinero, mientras subía la cuesta con la tabla al hombro y la gran cesta en la mano.
-Adiós -dijo el pequeño Hans.
Y se puso a cavar alegremente, de contento que estaba por la carretilla.
Al día siguiente, estaba sujetando madreselvas al porche cuando oyó la voz del molinero que le llamaba desde el camino. Así que saltó de la escalera, corrió al fondo del jardín y miró por encima de la tapia.
Allí estaba el molinero con un gran saco de harina a la espalda.
-Querido pequeño Hans -dijo el molinero-, ¿te importaría llevarme este saco de harina al mercado?
-¡Oh, cuánto lo siento! -dijo Hans-, pero la verdad es que estoy muy ocupado hoy. Tengo que sujetar todas mis enredaderas, y regar todas mis flores, y pasar el rodillo a todo mi césped.
-Bueno, realmente -dijo el molinero-, yo creo que teniendo en cuenta que voy a darte mi carretilla es una falta de amistad que te niegues a hacerlo.
-¡Oh, no digas eso! -exclamó el pequeño Hans-, no querría faltar a la amistad por nada del mundo.
Y entró corriendo en la casa para coger la gorra, y se fue caminando penosamente con el gran saco sobre los hombros.
Era un día de mucho calor, y la carretera estaba terriblemente polvorienta, y antes de que Hans hubiera llegado al sexto mojón estaba tan cansado que tuvo que sentarse a descansar. Sin embargo, siguió animosamente su camino, y al fin llegó al mercado.
Después de esperar allí algún tiempo vendió el saco de harina a muy buen precio, y entonces se volvió a casa en seguida, pues temía que si se retrasaba demasiado podría encontrar ladrones por el camino.
-Ha sido ciertamente un día muy duro -se dijo el pequeño Hans al meterse en la cama-, pero me alegro de no haber dicho que no al molinero, porque es mi mejor amigo y, además, me va a dar su carretilla.

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