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Afortunadamente para mí, no me
importa nada. La única cosa que le sostiene a uno en la vida es el
convencimiento de la enorme inferioridad de sus semejantes, y éste es un
sentimiento que he mantenido siempre en mí. Pero ninguno de vosotros tiene
corazón. Gritáis y os regocijáis como si el príncipe y la princesa no
estuviesen celebrando sus bodas.
-¡Eh! -exclamó un pequeño globo de fuego-. ¿Y por qué no? Es una
alegre ocasión, y cuando estalle yo en el aire pienso comunicárselo a
todas las estrellas. Ya veréis cómo brillarán cuando les hable de la bella
recién casada.
-¡Oh, qué concepto más banal de la vida! -dijo el cohete-. Pero
no me esperaba yo menos. No hay nada en vos. Sois hueco y vacío. ¡Bah!
Quizá el príncipe y la princesa se vayan a vivir en un país en que haya un
río profundo, quizá tengan un solo hijo, un pequeñuelo de pelo rizado y de
ojos violeta como los del príncipe. Quizá vaya algún día a pasearse con su
nodriza. Quizá la nodriza se duerma debajo de un gran sauce. Quizá el niño
se caiga al río y se ahogue. ¡Qué terrible desgracia! ¡Los pobres, perder
su único hijo! Es terrible, realmente. No podré soportarlo nunca.
-Pero no han perdido su único hijo -dijo la candela romana- No les ha
sucedido ninguna desgracia.
-No he dicho que les haya sucedido -replicó el cohete-. He dicho que
podía sucederles. Si hubiesen perdido a su hijo único, sería inútil decir
nada sobre el suceso. Detesto a las personas que lloran por su cántaro de
leche roto. Pero cuando pienso que han perdido a su hijo único, me siento
verdaderamente tristísimo.
-Ya lo veo -exclamó la bengala- Realmente sois la persona más
afectada que he visto en mi vida.
-Y vos la persona más grosera que he conocido -dijo el cohete-. No
podéis comprender mi afecto por el príncipe.
-¡Bah! Ni siquiera le conocéis... -chisporroteó la candela romana.