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Muchos hombres han "quebrado la banca" en Monte Carlo, y los famosos entre ellos fueron por cierto, "Monte Carlo Wells", y el sajón Jaeggers, el que ocasionó verdaderos dolores de cabeza al Casino, y terminó por llevarse con él unas 80 mil libras esterlinas, quizás la mayor ganancia individual frente a una ruleta, con excepción de la que logró un fabricante de cigarrillos ingleses que hizo 82 mil libras esterlinas durante sus diez días de estadía en Mónaco, y que pudo transportarlas también a su país.
He de mencionar a una mujer en este sentido. La famosa baronesa Grover, emparentada por casamiento con los Hohenzollern. Su atracción y originalidad eran tradicionales tanto por sus toilettes, como por sus costumbres. Una noche quebró dos veces la banca, y a la segunda de ellas ocurrió un incidente sumamente extraño.
En cierto momento la baronesa interrumpió el juego, para dirigirse al restaurant, previo canje de sus fichas por efectivo.
Contiguo a aquel, había un corredor bien alumbrado, pero casi siempre desierto, bordeado de plantas a sus costados. Mientras la baronesa lo cruzaba, surgieron dos manos anónimas que la tomaron del cuello, mientras alguien, igualmente anónimo, le arrebataba la cartera.
Los gritos atrajeron a una docena de personas, quienes vieron casi desmayada en el suelo a la mujer, que por dos veces esa noche saltara la banca. Al volver ésta en sí, pronto comprobó la desaparición del bolso en el que guardaba todas sus ganancias. Las investigaciones posteriores parecieron indicar que el robo no podía ser aclarado.
Horas más tarde, la baronesa ya repuesta, estaba en el restaurant tomando un refrigerio, cuando reparó que una pluma de avestruz, igual a las que ella llevaba en su sombrero cuando sufrió el atraco, estaba adherida al pantalón de un hombre que, acompañado de una mujer atrayente, tomaba un cocktail en una mesa cercana... Con discreción la Baronesa hizo llegar su descubrimiento al jefe de "detectives", quien prontamente obligó a la pareja a dirigirse a una, de las dependencias secretas que abundaban en el Casino, para someterlos a un registro.
La cartera robada se halló en los bolsillos del hombre, y el dinero entre las medias de seda de su cómplice; ambos pagaron su hazaña con una condena de cinco años, pese a que la damnificada, ya en posesión de lo sustraído, intentó retirar la acusación.
Pero volvamos mejor a esa distinguida concurrencia que durante toda su vida ha atestado los salones del Casino. Quiero contarles cómo el famoso general Ludendorff hizo quebrar la banca, hace ya muchos años, en la "salle privé" estableciendo de paso un record poco común, pues ganó en una noche algo así como 150.000 francos... ¡y no volvió a tentar fortuna!
Había también un duque de real estirpe francesa, que acostumbraba nombrarme su banquero privado, confiándome el cuidado de sus ganancias cuando ganaba. Al día siguiente regresaba, para perder cuanto poseía, y entonces me temo que con demasiada frecuencia lograba convencerme, con su personalidad cautivante, de que le prestase algunos miles de francos, de que yo mismo, por irónico designio, le despojaba con mi rastrillo del tapete verde.
Un día le ocurrió una aventura; trabó relación con cierta millonaria americana, contrajo enlace, y se pasó tres años dilapidando dinero sobre las mesas de Monte Carlo, Cannes, Deauville, y otros centros, para terminar levantándose la tapa de los sesos, no sin intentar ultimar antes a su mujer, en un ataque de locura furiosa. Ella regresó a América, en donde murió a poco, truncado ya su espíritu por la tragedia.
Es una observación más bien alarmante sobre la naturaleza humana, comprobar que los que ganan en la ruleta, mueren menos de pobreza que por sus propias manos.
Una tarde caminando por el "Boulevard des Capucins", se me acercó un hombre a ofrecerme postales, obscenas naturalmente. Iba a rehusar, cuando algo en su aspecto me pareció familiar, y reconocí a un armenio que meses atrás hiciera quebrar mi mesa, llevándose bastante más de 200.000 francos. Le pregunté cómo había descendido hasta el extremo de vender fotos prohibidas en los ??grand boulevards?.
La historia era breve y comprensible. Al regresar a París, se hizo miembro del "Cercle Hausmann", del cual ya les hablé, y en él perdió todos sus beneficios, aparte de la fortuna personal que trajera de América. Sus amigos le negaron ayuda, y así, paulatinamente, había llegado a la situación actual.
Moví la cabeza en muda comprensión del drama de esa vida, sin valor para encarar la realidad, y le pasé 100 francos, que no llegarían a interrumpir por cierto su triste comercio.