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El talento, el valor y la cortesía debían ser asimismo fuertemente gravados, y el cobro, igualmente fundado en la palabra que diese cada persona respecto de la cantidad que poseyera. Pero el honor, la justicia, la prudencia y el estudio no habían de ser gravados en absoluto, pues son cualidades de índole tan singular, que nadie se las reconoce a su vecino ni en sí mismo las estima.
Se proponía que las mujeres contribuyeran según su belleza y su gracia para vestir; para lo cual, como con los hombres se hacía, tendrían el privilegio de ser clasificadas según su criterio propio. Pero no se tasarían la constancia, la castidad, la bondad ni el buen sentido, porque no compensarían el gasto de la recaudación.
Para que no se apartasen los senadores del interés de la Corona se proponía que se rifaran entre ellos los empleos, después de jurar y garantizar todos que votarían con la corte, tanto si ganaban como si perdían, reservando a los que perdiesen el derecho, a su vez, de rifarse la vacante próxima. Así se mantendrían la esperanza y la expectación y nadie podría quejarse de promesas incumplidas, ya que sus desengaños serían por entero imputables a la Fortuna, cuyas espaldas son más anchas y robustas que las de un ministerio.
Otro profesor me mostró un largo escrito con instrucciones para descubrir conjuras y conspiraciones contra el Gobierno. Estaba todo él redactado con gran agudeza y contenía muchas observaciones a la par curiosas y útiles para los políticos; pero, a mi juicio no era completo. Así me permití decírselo al autor, con el ofrecimiento de proporcionarle, si lo tenía a bien, algunas adiciones. Recibió mi propuesta mucho más complacido de lo que es uso entre escritores, y especialmente entre los de la cuerda arbitrista, y manifestó que recibiría con mucho gusto los informes que quisiera darle.
Le hablé de que en el reino de Tribnia, llamado por los naturales Langden, donde pasé algún tiempo durante mis viajes, la inmensa mayoría del pueblo está constituída en cierto modo por husmeadores, testigos, espías, delatores, acusadores, cómplices que denuncian los delitos y juradores, con sus varios instrumentos subordinados; y todos ellos, atenidos a la bandera, la conducta y la paga de ministros y diputados suyos. En aquel reino son las conjuras, por regla general, obra de aquellas personas que se proponen dar realce a sus facultades de profundos políticos, prestar nuevo vigor a una administración decrépita, extinguir o distraer el general descontento, llenarse los bolsillos con secuestros y confiscaciones y elevar o hundir el concepto del crédito público, según cumpla mejor a sus intereses particulares.