Ruleta: Consejo a los jugadores

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Suele decirse que en la ruleta la ventaja de la Banca estaría constituida por el cero, o sea, que la Banca debería sus ganancias al hecho de que retira para sí todas las apuestas cuando sale el cero. Esto es cierto sólo en parte. En efecto, el cero es sólo uno de los treinta y siete números que se encuentran en el cilindro. Todos pueden apostar al cero, a los caballos, al carré y a la tercena. Si, casualmente, todos los jugadores apostasen sólo al cero y a las combinaciones del mismo, la Banca no tendría ninguna ventaja segura.

Por el contrario, su enorme ventaja deriva del hecho de que las ganancias son pagadas en medida inferior a la que denvaría de una rigurosa aplicación del cálculo de probabilidades. Dado que la ruleta tiene treinta y siete números, para ganar en el en plein el jugador debería recibir treinta y seis fichas por cada ficha apostada. Por el contrario, recibe sólo treinta y cinco. Y, proporcionalmente, la misma ventaja queda asegurada a la Banca por el pago de las ganancias efectuadas sobre las tercenas, sobre las sextenas, sobre los caballos, etc.

Para convencerse de ello hágase el siguiente experimento: se apuesta una ficha en todos los números, incluido el cero, y se paga la ganancia al número que sale utilizando las fichas apostadas a los otros números. Se verá que siempre queda una ficha de más, inutilizada. ?sta es la ganancia garantizada a la Banca por la cagnotte, llamada también ??la bestia?, porque la suma de todos los números de la ruleta da en total 666, o sea, el número adoptado en el Apocalipsis de san Juan para indicar la Gran Bestia contra la cual resulta verdaderamente difícil -si no desesperada- cualquier batalla.

La batalla contra la Banca es similar a la que tendría que sostener un muchachito contra el campeón mundial de los pesos pesados. Pero también es cierto que David supo derrotar a Goliat. Puede ocurrir que un jugador afortunado regrese a casa con muchos millones en el bolsillo. Pero jamás ha ocurrido que -a largo plazo- la Banca haya acabado por perder.

¿Existen reglas para garantizar una ganancia segura? Desde luego que no. Y créanme: quien afirme lo contrario o jure y perjure acerca de la bondad de los sistemas, es un ??vendedor de humo?, un jactancioso y falso. Pero puedo darles un consejo que les permitirá ganar más en las veladas afortunadas y perder menos en las desafortunadas.

Primera regla: hacer pocas apuestas.

Con ello no quiero decir que se hayan de arriesgar sólo pequeñas sumas. No, pero aconsejo subdividir el capital en pocas apuestas, o sea, permanecer el mínimo tiempo posible ante la mesa verde. Dado que la Banca tiene una ventaja matemática sobre los jugadores, se ha de procurar ganarle oportunamente.

Si dispone uno de un capital de un millón, tendrá mayores posibilidades de ganar haciendo cien apuestas de diez mil pesetas -o, mejor aún, diez apuestas de cien mil pesetas-, que permaneciendo largas horas en las salas de juego para efectuar mil apuestas de mil pesetas por unidad. La Banca se ha de atacar frontalmente, lamzándose valientemente al riesgo, y no con las sutiles y largas astucias de los sistemistas, que llevan a una pérdida casi segura y que, en el mejor de los casos, permiten (a veces) conseguir pequeñas ganancias que no se hallan, en modo alguno, proporcionadas a la suma arriesgada.

?ste no es un libro escrito para las personas que entran en una casa de juego con la esperanza de ganar las pesetas necesarias para pagar la comida en el restaurante y el alojamiento en una pensión de segunda categoría. Este libro está dedicado a los verdaderos jugadores, los cuales saben que, para ganar, se necesitan suerte y valor, y el valor no es menos importante que la suerte. El que apuesta con cuentagotas está destinado a perder.

Los jugadores se dividen en tres categorías: los que quieren ganar, los que quieren desbancar y los que no quieren perder.

Estos últimos, por lo general tímidos y supersticiosos, desean seguir jugando el mayor tiempo posible. En consecuencia, distribuyen sus apuestas en muchos números, lo cual disminuye los riesgos. Sin embargo, aun cuando todos los métodos de juego pueden dar resultados idénticos (sólo la suerte es la que cuenta), el que juega con prudencia (más aún, con miedo) está destinado a perder. De esto saben algo mi amigo Luigi, que ha enriquecido, en Londres, al "Play Boy" con este sistema, y mi amigo Massimo, que está haciendo la suerte del casino berlinés del "Europa-Center", obstinándose en apostar sobre la serie 5/8.

Tenemos luego al jugador que se mete en la cabeza la idea de conseguir una ganancia limitada, sabiendo bien que -a menos que tenga una suerte loca.- la ganancia no podrá ser muy superior al capital invertido. Por tanto, deja el juego tan pronto como triplica o cuatriplica el capital.

Sabe bien que, a la larga, la Banca está destinada a ganar, y no figura en sus planes el hecho de pasar demasiadas horas en las salas de juego. Pese a ello, quiere divertirse. En consecuencia, no arriesga todo el capital en una sola apuesta. Es un jugador serio, al que estimo en verdad.

Sin embargo, mi admiración va destinada al jugador que quiere desbancar, al quijote que parte al ataque de los molinos de viento. Por lo general está destinado a perder, porque sueña con centuplicar el capital y hacer saltar la Banca. Pero se divierte. Y es el único que -a veces (raras veces)- sale de la sala precedido por un ujier que lleva en una bandeja de plata numerosas fichas de alto valor. El gran jugador no sueña con ganar, sino con el triunfo.

En resumidas cuentas, ocurre como con las mujeres. Podemos hacerles largamente la corte con tímidos acercamientos.

Podemos pedirles que se casen con nosotros. O podemos encararnos con ellas diciendo: "Ahora o nunca." No sé qué método tiene mayores probabilidades de éxito. Pero si la ruleta fuese una mujer, sé muy bien a quién daría sus preferencias. Pero tendría que hacerlo a escondidas, porque, en realidad, la ruleta es una prostituta que es implacablemente explotada por su dueño, o sea,
por la Banca.

Sólo hay una forma de ganar con toda seguridad: comprar el casino. ?sta, por lo menos, era la teoría de Paul Getty, un multimillonario (en dólares) que entendía un rato de dinero.

Los franceses están clasificados entre los jugadores serios: se comprometen a fondo, pero no hacen muchas locuras. Son un poco como los italianos, aunque hoy -especialmente entre los jóvenes- son numerosos los "jugadores locos", que tratan de hacer saltar la Banca. Pero le asalta a uno la duda de si juegan con el dinero de papá y de que, en consecuencia, no tengan por qué preocuparse de las pérdidas. Y un jugador que tiene las espaldas cubiertas, que puede perder sin preocupaciones, no es nunca un gran jugador.

Los alemanes son metódicos, creen en los sistemas y, a menudo, llenan sus cuadernos de apuntes. Pero reservan sorpresas. Así, vi a un alemán, modestamente vestido y acompañado por una mujer bastante mal vestida, sin una joya de valor, apostar sistemáticamente a baccará una vez tras otra- el equivalente a setecientas mil pesetas.

De los árabes hablaré largo y tendido más adelante. Pero ya aquí puedo anticipar que no son grandes jugadores, porque disponen de mucho dinero. O sea, que entran en la categoría de los hijos de papá. Un gran jugador es tal sólo cuando se arriesga a arruinarse, o sea, perder hasta el último céntimo, lo cual, evidentemente, es imposible para quien tiene un par de pozos de petróleo.

Los ingleses son óptimos, audaces jugadores. Y, más aún, los australianos, gente dispuesta a apostar todo sobre cualquier cosa. No creo que en otros países se encuentre un porcentaje tan alto de jugadores como en Australia. Sin embargo, con una diferencia entre australianos e ingleses: los primeros son bulliciosos, exuberantes; los segundos, fríos e impasibles.

No obstante, si tuviera que decir cuáles son los mejores jugadores del mundo, tendría que elegir entre los orientales y los israelíes. Incluso en las casas europeas de juego, los chinos destacan por las elevadísimas apuestas y por sus resueltos ataques contra la Banca. Y entre los hebreos -y las hebreas- se encuentran numerosos jugadores ??locos?, personas dispuestas a jugarse la camisa. Tanto los chinos como los judíos son conocidos por su habilidad en los negocios. De aquí que sea sorprendente el hecho de que se hallen dispuestos a desafiar a la diosa vendada con tan gran indiferencia por las pérdidas. Y más sorprendente aún es el hecho de que, entre todos los jugadores, sean los más generosos -cuando ganan- en dar elevadas propinas a los croupiers.

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