Tartarín de Tarascón (Alfonso Daudet) Libros Clásicos

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Sereno, alta la cabeza, el intrépido tarasconés dio vuelta lentamente a la barraca, pasó sin detenerse ante la tina de la foca, echó una desdeñosa ojeada al cajón largo, lleno de salvado, en que la boa digería el pollo crudo, y fue, por último, a plantarse ante la jaula del león...
   ¡Terrible y solemne entrevista! El león de Tarascón y el león del Atlas frente a frente... De un lado, Tartarín, en pie, con la corva tirante y apoyados los brazos en el rifle; del otro, el león, un león gigantesco, de barriga en la paja, parpadeante, como embrutecido, con su enorme jeta de peluca amarilla, descansando sobre las patas delanteras... Los dos, impasibles, mirándose.
   ¡Cosa singular! Sea que el fusil de aguja le chocara, sea que oliese a un enemigo de su raza, el león, que hasta entonces había mirado a los tarasconeses con soberano desprecio, bostezándoles en las barbas, tuvo de pronto un movimiento de cólera. Primero husmeó, rugió sordamente, separó las garras y estiró las patas; después se levantó, irguió la cabeza, sacudió la melena, abrió una bocaza inmensa y lanzó hacia Tartarín un rugido formidable.
   Un grito de espanto le respondió. Tarascón, despavorido, se precipitó hacia las puertas. Todos, mujeres, niños, mozos de cordel, cazadores de gorras, y aun el bizarro comandante Bravidá... Sólo Tartarín de Tarascón se estuvo quieto... Allí estaba, firme y decidido, ante la jaula, relampagueantes los ojos y con aquel terrorífico gesto que toda la ciudad conocía... Al cabo de un rato, cuando los cazadores de gorras, un poco tranquilizados por la actitud de Tartarín y por la solidez de los barrotes, se acercaron a su jefe, le oyeron que murmuraba, mirando al león:
   -¡Esto sí que es una caza!
   Aquel día, Tartarín de Tarascón no dijo más...

IX. SINGULARES EFECTOS DEL ESPEJISMO

   
   Aquel día, Tartarín de Tarascón no dijo más; pero demasiado el infeliz había dicho...
   Al día siguiente no se hablaba en la ciudad más que de la marcha próxima de Tartarín a Argelia, a la caza de leones. Testigos sois, queridos lectores, de que el pobre no había dicho tal cosa; pero ya sabéis que el espejismo...
   En suma: que sólo se hablaba en Tarascón de aquel viaje.
   En el paseo, en el casino, en casa de Costecalde, los amigos se acercaban unos a otros como asustados:

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