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parte una talla más alta y todos una constitución más robusta, más vigor,
más fuerza y más valor en los bosques que en nuestras casas; pierden la
mitad de estas cualidades siendo domésticos, y podría decirse que los
cuidados que ponemos en tratarlos bien y alimentarlos no dan otro
resultado que el de hacerlos degenerar. Así ocurre con el hombre mismo: al
convertirse en sociable y esclavo, vuélvese débil, temeroso, rastrero, y
su vida blanda y afeminado acaba de enervar a la vez su valor y su fuerza.
Añadamos que entre la condición salvaje y la doméstica, la diferencia de
hombre a hombre debe ser mucho mayor que de bestia a bestia, pues habiendo
sido el animal y el hombre igualmente tratados por la naturaleza, todas
las comodidades que el hombre se proporcione de más sobre los animales que
domestica son otras tantas causas particulares que le hacen degenerar más
sensiblemente.
La desnudez, la falta de habitación y la carencia de todas esas cosas
inútiles que tan necesarias creemos no constituyen, por consiguiente, una
gran desdicha para esos primeros hombres ni un gran obstáculo para su
conservación. Si no tienen la piel velluda, para nada la necesitan en los
países cálidos; y en los climas fríos bien pronto saben apropiarse las de
las fieras vencidas; si sólo tienen dos pies para correr, poseen dos
brazos para atender a su defensa y a sus necesidades. Sus hijos tal vez
andan tarde y penosamente, pero las madres los llevan con facilidad,
ventaja de que carecen las demás especies, en las cuales la madre, cuando
es perseguida, se ve obligada a dejar abandonados sus pequeñuelos o a
seguir a su paso (14). En fin, a menos de suponer el concurso singular y
fortuito de circunstancias de que hablaré más adelante, y que podrían muy
bien no haber ocurrido nunca, es claro, en todo caso, que el primero que
se hizo vestidos o construyó un alojamiento diose con ello cosas poco