Las confesiones (Jean Jacques Rousseau) Libros Clásicos

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El señor Masseron, además, descontento de mí, me trataba con desprecio, echándome en cara sin cesar mi indolencia y estolidez, repitiéndome a cada paso que mi tío le había asegurado que yo sabía, que yo sabía, siendo la verdad que no sabía nada; que le había prometido llevarle un muchacho listo y que le había metido allí un asno. En fin, fui echado ignominiosamente de la escribanía por inepto, y los amanuenses fallaron que yo sólo servia para manejar la lima.
Resuelta así mi vocación, me pusieron de aprendiz, no de relojero, sino de grabador. De tal modo me había humillado el desdén del escribano, que obedecí sin murmurar. Mi amo, el señor Ducommun, era un joven tosco y violento que en poco tiempo logró empañar el brillante recuerdo de mi niñez, embrutecer mi carácter vivo y cariñoso, reduciéndome a mí verdadera condición de aprendiz, tanto en lo intelectual como en lo económico. Mi latín, mis antigüedades, mi historia, todo fué olvidado en poco tiempo. Ya no me acordaba de que hubiese habido romanos en el mundo. Cuando iba a ver a mi padre, éste no hallaba ya en mí a su ídolo; yo tampoco era ya para aquellas gentes el galante Juan Jacobo; y yo mismo, sintiendo que los señores de Lambercier no reconocerían en mí a su alumno, me avergonzaba de que me viesen, y desde entonces no les volví a ver. Los gustos más groseros y la más baja desvergüenza suplantaron a mis delicados entretenimientos, de los que no conservé ya memoria. Menester es que tuviese propensión a degenerar porque ese cambio se operó en breve tiempo. Jamás un César tan precoz pasó a convertirse en un Ladrón.
No me disgustaba del todo aquel oficio, porque el dibujo me atraía muchísimo y encontré, además, muy entretenido el manejo del buril; y como el grabado para la relojería no es una cosa difícil, concebí la esperanza de perfeccionarme en él. Lo hubiera logrado, acaso, si la brutalidad del amo y la excesiva falta de recursos no me hubieran hecho aborrecer el trabajo. A hurtadillas me dedicaba a otros trabajos del mismo género, pero con el aliciente de la libertad, como grabar medallas para servirnos de orden de caballería, a mí y a mis compañeros, y en esta faena de contrabando fui cogido por el amo, que me molió a golpes diciendo que hacía moneda falsa porque las medallas tenían las armas de la República.

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