El doncel de don Enrique (Mariano Jose de Larra) Libros Clásicos

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Pero como no podía bastar el resplandor intermitente de la leña para iluminar debidamente a los que ya en las mesas cenaban, el inteligente dueño del establecimiento, lleno de previsión, había provisto a esta necesidad con un magnífico candil, cuya materia no era fácil adivinar al través del hollín y grasa que le enmascaraban, el cual daba de sí más aceite que luz. Pendíase unas veces de la misma pared, asegurando su gancho en un agujero practicado sencillamente al efecto, colgábase otras en una cuerdecita embreada de manchas de moscas; en el segundo caso columpiábase el luminar aquel de la noche de tal suerte, que de buena gana le hubiera comparado un poeta del siglo XVI con el aura meciéndose blandamente en las ondeantes hebras de oro de Belisa, de Filis o de otra cualquiera no menos bella inspiradora. Había además en la misma cocina, y como si dijéramos ocupando el estrado y sirviendo de diván, un corpulento arcón que así era de paja como de cebada, y adonde acudía no pocas veces el mozo de la posada, con detrimento notable de las ropas de los concurrentes, a los cuales no podía favorecer gran cosa el polvillo que, al cerner la cebada, del honrado harnero se desprendía. En días de viento tenía la cocina la singular ventaja de parecerse al Olimpo, mansión de los dioses, en las densas y misteriosas nubes que formaba el humo oprimido y rechazado en el cañón de la chimenea por las corrientes de aire que en la región atmosférica discurrían.
Cenaban a un lado dos paisanos que parecían, si no del pueblo, por lo menos de la tierra, y a otra parte solo, enteramente solo, un individuo muy conocido nuestro y de nuestros lectores, a quien parecía dedicar mil atenciones el dueño de la posada. Servíale primeramente en persona, mientras que servía a los demás, o no los servía, una robusta Maritornes, que nada tenía que envidiar a la de Cervantes si no es la pluma de su historiador y cronista. En segundo lugar quitábase la montera cada vez que aquél le dirigía la palabra, lo cual hacía éste siempre, preciso es decirlo todo, con aire imperioso y hablando como superior a inferior.

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