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Allí encontramos un pueblo; tomamos lenguas; el herrador nos dijo que acababa de pasar una partida de jinetes; que habían hablado pocas palabras, pero que habían tenido que detenerse a herrar un caballo desherrado; que caminaban de prisa; que debían llevar un preso, según las señas, y que habían pronunciado en medio de su misterio la villa de Arjonilla. ¡Mía es la pieza!, dije yo entonces. Até cabos y dije: ¡Error! No se encuentra el origen de la referencia. Efectivamente, el mismo día se había servido Su Alteza señalar el día quinceno para el combate que debía tener con el doncel Macías. Más claro Peransúrez. Era fuerza, sin embargo, asegurar mis dudas. ¿Qué hacía yo hasta entonces? Y luego quise más fiar de mi brazo y de mi venablo el logro de mi intento. Volví a Madrid, y supe que la corte salía al otro día; sabedor de que don Luis de Guzmán era el que, por su posición con Villena, debía de interesarse más por mi amo, vime con él y expúsele mis dudas; declaréle mi intento, aprobó mi idea, y yo le confié el cuidado de llevar con su menaje a Otordesillas las prendas de mi amo y mías; entre otras, la armadura mejor de Castilla, que si se perdiera, nunca de ello me consolara; es, al fin, la que tiene mi amo destinada por su buen temple para el aplazado combate. Armado después de mi ballesta y dos aguzados venablos, seguido de mi leal Brabonel, y disfrazado lo mejor que pude, púseme la misma noche en camino.
Ayer parece llegaron ellos. Hoy he llegado yo. He aquí, Peransúrez, la causa de mi venida. En aquel castillo, no hay duda, está el doncel. He aquí la presa que habemos menester rastrear. ¿Os acordáis, amigo mío, de un juglar de don Enrique de Villena, que Dios maldiga, hombre de pelo crespo y rojo...?
-¿Ferrus? Recuerdo su nombre; pero él...
-Ferrus, pues, está aquí, y ése es el guardián de mi amo. Le he visto subir a un camaranchón de arriba cuando yo entraba en la venta. Por qué duerme en esta encrucijada y no en su osera, eso no lo alcanzo.