Página 46 de 49
¿Quién sino tú hacer al sueño
pudo imagen de la vida?
No para ser homicida
de indicios hagas crisol;
y pues basta un arrebol
de tu cielo soberano,
¿para qué es, amor tirano,
tanta flecha y tanto sol?
Si, cuando sin alma estás,
estás, Irene, tan bella,
tú no vives más con ella,
mas con ella matas más.
Inútil muerte me das,
ya es tuyo mi corazón;
pues ¿para qué, Irene, son
nevando abriles y mayos,
tanta munición de rayos
y tanto severo arpón?
Lástima se me hace, cuando
tan blandamente descansa,
inquietarla. Ya vendré,
en escribiendo las cartas.
Vase y despierta IRENE
IRENE: ¿Quién anda aquí? Mas ¿mi esposo
no es quien salió de esta sala?
Pues ¿cómo--¡ay Dios!--sin hablarme
vuelve a mi amor las espaldas?
¡Esposo, señor, mi dueño!
Sale el DEMONIO
DEMONIO: ¿Qué me quieres?
IRENE: ¡Pena extraña!
Sale LICANORO, y quédase al
paño
LICANORO: A la voz de Irene vuelvo.
Mas--¡ay de mí!--¿con quién habla?
DEMONIO: De ti pretendo saber
a quién, enemiga, llamas
señor y dueño que puedas
llamárselo con más causa?
IRENE: A quien lo es.
DEMONIO: Yo lo soy,
pues me diste la palabra
de que siempre serías mía.
LICANORO: (¡Cielos! ¿Qué escucho? ¡Ah, tirana!) Aparte
IRENE: Verdad es que te ofrecí
que te daría vida y alma
si me dabas libertad;
mas de esa deuda me saca
la nueva ley que profeso.
LICANORO: (Ella--¡desdicha tirana!-- Aparte
confiesa que le rindió
alma y vida.)
DEMONIO: En vano hallas
respuesta, pues aun lo mismo
que te disculpa te agravia.
¿Qué nueva ley pudo hacerte
no ser mía?
LICANORO: (Honor, ¿qué aguardas? Aparte
Mas--¡ay de mí!--que en tal pena
valor al valor le falta.)
IRENE: La ley de Bartolomé,
en cuya fe y confïanza