Las tres justicias en una (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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suceso de las fortunas
que a este estado me han traído,
dejando juegos, amores,
pendencias y desafíos,
que a los dos nos tienen hoy,
a él pobre y a mí malquisto,
sabréis que junto a mi casa
vivió una dama; mal digo,
que no era sino un milagro
de la hermosura, un prodigio
de la discreción, en quien
generosamente unidos
los extremos compusieron
aquellos bandos antiguos
que la perfección partió
en lo discreto y lo lindo.
Servíla, siendo los medios
de mi amor en los principios
mudas señas que después,
convertidas en suspiros,
pasaron a ser conceptos
bien pensados y mal dichos.
Signifiquéla mis penas
en mil papeles escritos
que, introduciéndose leves
en sus piadosos oídos,
ganaron para la voz
algún aplauso de finos;
tal vez que, siendo la noche
de mis finezas testigo,
me oyó quejar a sus rejas,
dándose ellas a partido
con su pecho, pues sus hierros,
limados del dolor mío,
consecuencia a sus rigores
hicieron enternecidos.
Oyóme, pues; con que entiendo
que de una vez os he dicho
que agradecida a mis males
se mostró; porque es preciso
que se conceda a estimarlos
la que no se niega a oírlos.
De aqueste favor primero
ufano y desvanecido,
alimenté la esperanza
algún tiempo, hasta que quiso
amor que a su mayor dicha
volasen mis atrevidos
pensamientos. ¡Oh, qué mal
dicha la llamo, si miro
que en el imperio de amor
es tan tirano el dominio
que hasta el cuerpo de la dicha
es la sombra del peligro!
Entré en su casa, en efecto,
habiendo antes precedido
mil juramentos, mil votos
que sería su marido.
¡Oh, qué fácil es hacerlos!
¡Oh, qué difícil cumplirlos!
Pues apenas mi amor hubo
su hermosura conseguido,
cuando se quitó la venda
y vio en cristal menos limpio
que, aunque era hermosa, era fácil.

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