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ELVIRA: ¿Por qué?
LÁZARO: Por si hubiere para qué.
Escóndete, y yo ofendido
llamaré como mi amo.
ELVIRA: Pues si yo una vez me escondo,
¿qué va que no le respondo?
LÁZARO: ¿Y qué va que no la llamo?
Vanse. Salen don FÉLIX y ALEJANDRO
FÉLIX: Parece que está triste,
divertido consigo vuestra Alteza.
ALEJANDRO: La pena que en mí asiste
no es tristeza. ¡Ojalá fuera tristeza
la que ofende mi vida,
y no una confusión mal entendida!
¡Qué de veces sucede
hacerse mil por remediar un daño!
¡Oh, dichoso el que puede
rendirse a la verdad de un desengaño,
dando, más advertido,
a libres gustos cárceles de olvido!
Salen don CÉSAR, don ARIAS y
LAZARO
CÉSAR: Quedó al fin satisfecha.
ARIAS: Con el príncipe está don Félix.
CÉSAR: Creo
que quien no se aprovecha
de la ocasión no estima su deseo;
y es más segura ésta
para dar el papel y traer respuesta.
Aquí a doña Ana envío
nuevas satisfacciones con la vida,
porque dé al amor mío
la ocasión que le tiene prometida.
Toma, Lázaro, y mira
si puedes por la calle hablar a Elvira;
que pues estás seguro
de don Félix, bien puedes descuidado.
LÁZARO: Entrar dentro procuro
de su casa, fingiendo algún recado;
que pues él no está en ella,
fácil será, señor, hablarla y vella.
Vase
FÉLIX: Don César y don Arias
han llegado.
ALEJANDRO: Su plática he entendido;
mil confusiones varias
pone una confusión a mi sentido.
¿Qué es lo que se trataba?
ARIAS: César, señor, un cuento me contaba.
ALEJANDRO: Oí algunas razones,
aunque no le entendí, y saber deseo,
por quitar confusiones,
el cuento en qué paró.
CÉSAR: (¿Qué es lo que veo?) Aparte
Mal tu Alteza porfía
en saberle; que no es tristeza mía;