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y en vuestra red no cayere.
JUEZ: Tu locura o tu simpleza
no te han de librar de mí.
dime presto dónde está
o un potro decirlo hará.
PEDRO: Nunca buen jinete fui
y, a saberlo, cosa es clara
que, huyendo dolor tan fiero,
me desbocara primero
que el potro se desbocara;
pero no lo sé.
JUEZ: Ahora bien;
a esa aldea le llevad
preso, y allí le encerrad,
asistiéndole muy bien
hasta que traza se dé
de que a Salvatierra vaya;
y mucho cuidado haya
en guardarlo, pues se ve
en su brío y su desgarro
que es hombre de gran valor,
supuesto que su señor
se valió dél.
PEDRO: ¿Tan bizarro
le he parecido? Por Dios,
[que para guardarme a mí,]
de cuatro hombres que hay aquí
sobran tres, de tres los dos,
de dos uno, y aun de uno
la mitad, de la mitad
el ninguno; y, en verdad,
que del ninguno el ninguno.
Vanse ALGUACIL 1, ALGUACIL 2 y los otros ministros,
llevando a PEDRO
JUEZ: Vamos.
LUIS: Pues que ya se fueron
los que las armas tenían,
y que los cielos me envían
la ocasión que pretendieron
mis deseos, pues mejor
nunca la pudiera hallar
que ver en este lugar
juntos al juez, a Leonor
y a Bautista, sin más guarda
que sus personas, no espero
mejor ocasión, y quiero
lograrla.
MANUEL: ¿Qué te acobarda?
JUEZ: ¿Dónde esta gente estará?
Salen MANUEL y LUIS
MANUEL: Aquí, si ignorarlo siente.
LUIS: ¡Guarde Dios la buena gente!
Todos estamos acá.
JUAN: ¡Cielos! ¿Qué es esto que miro!
LEONOR: ¡Ay de mí!
JUEZ: ¡El cielo me valga!
LUIS: Ninguno deje su puesto;
esténse como se estaban,
mientras que al señor Bautista
le digo cuatro palabras.
JUEZ: ¡Hola!
LUIS: No, no os alteréis.