A secreto agravio, secreta venganza (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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hay lágrimas de alegría.
D. BERNARDINO. Cuerdamente te disculpa
la discreción lisonjera;
y aunque por disculpa fuera,
te agradeciera la culpa.
Yo quiero dar más lugar
a divertir la porfía
de aquesta melancolía.
Aquí puedes descansar,
venciendo el rigor aquí
del sol, que en sus rayos arde.
El cielo tu vida guarde. (Vase.)



Escena V
DOÑA LEONOR, SIRENA.

DOÑA LEONOR. ¿Fuese ya, Sirena?
SIRENA. Sí.
DOÑA LEONOR. ¿Óyenos alguien?
SIRENA. Sospecho que estamos solas las dos.
DOÑA LEONOR. Pues salga mi pena (¡ay Dios!)
de mi vida y de mi pecho.
Salga en lágrimas deshecho
el dolor que me provoca,
el fuego que al alma toca,
remitiendo sus enojos
en lágrimas a los ojos,
y en suspiros a la boca.
Y sin paz y sin sosiego
todo lo abrasan veloces,
pues son de fuego mis voces
y mis lágrimas de fuego.
Abrasen, cuando navego
tanto mar y viento tanto,
mi vida y mi fuego cuanto
consume el fuego violento,
pues mi voz es fuego y viento,
mis lágrimas fuego y llanto.
SIRENA. ¿Qué dices, señora? Advierte
en tu peligro y tu honor.
DOÑA LEONOR. ¿Tú que sabes mi dolor,
tú que conoces mi muerte,
me reportas desta suerte?
¿Tú de mi llanto me alejas?
¿Tú que calle me aconsejas?
SIRENA. Tu inútil queja escuchando
estoy.
DOÑA LEONOR. ¡Ay Sirena! ¿Cuándo
son inútiles las quejas?
Quéjase una flor constante
si el aura sus hojas hiere
cuando el sol caduco muere
en túmulos de diamante;
quéjase un monte arrogante
de las injurias del viento
cuando le ofende violento;
y el eco, ninfa vocal,
quejándose de su mal,

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