Taba

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La taba, tan criolla en nuestro sentir, es juego de antigua estirpe, que se remonta a los orígenes de las civilizaciones indoeuropeas y llega a nuestros paisanos en la mano de los conquistadores españoles.

La taba se construía (y se sigue construyendo) con el astrágalo, uno de los huesos que integran el tarso de los animales vacunos y que posee una cara cóncava en forma de S (llamada "carne" o "suerte", a los fines del juego) y otra plana (llamada "culo"). Para evitar los deterioros consiguientes al uso, y para equilibrarla perfectamente, se la "calzaba" mediante la aplicación de unas planchas de metal recortado, que ostentaban el monograma del propietario o algún motivo alegórico u ornamental (un corazón atravesado por una flecha, el escudo nacional, una divisa partidaria, un caballito, etc.).

Para que oficiase como "cancha" se elegía un terreno despejado, de varios metros de largo, y se lo cortaba con dos rayas, que delimitaban el espacio que debía recorrer la taba antes de tocar tierra. El tirador se ubicaba detrás de una de las rayas y tomaba el hueso con la palma abierta, cara al cielo, y el pulgar apoyado en el borde de la parte superior. Medía la distancia "a ojo" y arrojaba el implemento haciéndolo girar hacia atrás (en el sentido de las agujas del reloj) y procurando que diese muchas vueltas en el aire ("tiro de roldana"). Si al "clavarse" quedaba hacia arriba la "suerte", ganaba el tirador, pero si la taba caía mostrando "culo" ganaban los contrarios.

En el lanzamiento se mezclaban por igual el azar y la baquía del tirador, una baquía echa de misteriosa sensibilidad para tantear el peso y los casi imperceptibles desequilibrios de la taba, para discernir la distancia a recorrer y para clavar limpiamente el hueso en la tierra, sin "rodadas" ni "arrastres" innecesarios.

El tucumano Pablo Rojas Paz recogió en "Raíces al cielo" una viñeta que revela las alternativas del juego y la regocijada actitud de los jugadores:
"...Sosegado el paisanaje de estos violentos escarceos, venían los entretenimientos pacíficos; era entonces que se ocupaba el tiempo vacante con la taba y los gallos. Y en el tiro del hueso hacia lo alto brillaba en el aire la chapa de bronce que los paisanos acostumbraban poner en la uña de la taba para que esta se clave mejor. Las apuestas se cruzaban a gritos, diez es al que tira -agarro- van veinte - no puedo. Los diestros clavaban el hueso, por la parte de la suerte, en la húmeda tierra entre las aclamaciones de la rueda. Pero no faltaba el torpe que la enviara rodando como una pelota, razón por la que debía soportar los chistes y las chirigotas de los críticos consumados del juego: lindo mozo para... bolear ladrillos -me ha de enseñar la maestría cuando se canse de hacerla -, dicen que lo van a llevar a París para que enseñe - la madre estaría muy contenta de verlo cómo se luce. Y así las bromas de zahirientes se volvían sarcásticas; y en otras ocasiones se vio manotear el cuchillo. Esta vez no porque todo era en familia. Y los tabeadores viejos sopesaban el hueso, ensayaban haciéndolo dar varias veces vueltas en el aire, palpitando la tirada precisa; hasta que por fin la taba describía una parábola y caía justo a los pies del otro contrincante. El Pinino era ya el milagro del juego; era la casualidad colaborando con la suerte; la taba se quedaba parada de canto, en un equilibrio inestable, entre las exclamaciones de júbilo de los que ganaban y las maldiciones de quienes tenían que pagar doble. Dos se habían trenzado en el ardimiento del juego; pues ambos querían demostrar la habilidad que poseía cada uno de ellos, para entretenimiento tan habilidoso. El dinero cambiaba a cada rato de mano. Eran primos y jamás se habían visto las caras; uno venía de Colalao y el otro de Embarcación.
"-Dígame, cumpa, ¿quiere que probemos con ésta?, si es buena es buena para los dos.
"-Yo también tengo la mía que no tiene ninguna falla y que no está cargada.
"-Bueno fuera que a una fiesta de familia se viniera con estos fraudes."


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