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-Me sentía muy solemne, porque si Johnny no hubiera podido ingresar en ella, no sé qué habría sido de él. Afortunadamente, tenía diez años, y la buena señora Russell me ayudó, y las almas caritativas que dirigen la escuela lo admitieron, aunque tienen. muchísimos alumnos. "No podemos dejar de admitir a ninguno", dijo el bondadoso señor Parpatharges.
"Así que mi niño está ahora allí, tan contento como un rey con sus compañeritos, aprendiendo toda clase de lecciones útiles y lindos juegos. Modela muy bien la arcilla. Aquí tenéis una de sus obras. ¿Podríais hacerlo tan bien sin ojos? -y Lizzie les mostró orgullosa una pera algo torcida, con una paja larga que le servía de rabo-. No creo que llegue a ser alguna vez escultor, pero confío en que podrá aprender música, porque le encanta y se pasa el día tocando el pífano con mucha habilidad. Sean cuales fueren sus aptitudes, si vive, le enseñarán a ser un hombre útil e independiente, no una carga o una criatura desgraciada, sumida en la oscuridad y sola. Me siento muy contenta con mis muchachos y me sorprende ver lo bien que me llevo con ellos. El año que viene buscaré otros más, porque creo de veras que sirvo para tratar con ellos, aunque no me lo imaginaba, porque no tengo hermanos y siempre creí que los niños eran unos diablillos."
A las demás muchachas les divirtió mucho el descubrimiento que había hecho Lizzie de sus aptitudes, porque era una damita muy seria, que no gustaba de juegos -y vivía solamente para su música. Ahora se veía claramente que había encontrado la llave , que le abría todos los corazones infantiles y estaba aprendiendo a usarla, sin darse cuenta de que la dulce voz que tanto apreciaba había mejorado mucho con el tono de ternura que le daba el cantar tantas canciones de cuna. La gruesa pera pasó de mano, como un refrigerio, y recibió muchas alabanzas y pocas críticas; y cuando se halló de nuevo en manos de su orgullosa propietaria, Ida comenzó su historia con voz animada:
-Aguardé a que se presentara mi tarea, y ésta lo hizo rodando por los escalones de nuestro sótano un día de lluvia, bajo la forma de un enorme y destrozado paraguas, con un par de pequeñas botas al final. Un grito ahogado me hizo correr a abrir la puerta, porque estaba comiendo en el comedor, sola y bastante aburrida porque no podía ir a ver a Ella.