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Gracias a estos ásperos amigos, rara vez siento frío. Además, obtengo un buen color y me mantengo bien -replicó la maestra, mientras se lustraba las mejillas hasta dejarlas como manzanas.
-El color me gustaría, pero el lienzo no... ¿ Es necesario que sea tan áspero, y con agua fría? preguntó Maud, quien, en privado, solía frotarse la cara pálida con un trocito de franela roja, ya que el colorete estaba prohibido, salvo para las representaciones.
-Esta forma es la mejor, pero existen otras para obtener color... Corre por la avenida tres o cuatro veces por día, no comas confituras y acuéstate temprano -aconsejó la señorita Orne, que había advertido las debilidades de las jóvenes, y que ansiaba ayudarlas enseguida.
-Correr me hace doler la espalda, y Madame dice que ya somos demasiado crecidas.
-Nunca es demasiado tarde para cuidar de la propia salud, hijas mías. Es preferible correr ahora, a estar luego tendida en un sofá, con un dolor en la espalda que nunca termina.
-¿Cura así sus jaquecas? -inquirió Nelly, frotándose la frente.
-Nunca las sufro -declaró la señorita Orne, con una mirada colmada de compasión por todos los dolores.
-¿Qué hace para evitarlas? -exclamó Nelly, que estaba convencida de que eran inevitables.
-Proporciono a mi cerebro mucho deseanso, aire y buenos alimentos. Jamás me entero de que tengo nervios, salvo por el gozo que me dan, pues he aprendido a utilizarlos. No me criaron para que me supusiera inválida, y me enseñaron a comprender la hermosa maquinaria que Dios me ha dado, y a mantenerla religiosamente en condiciones.
Con tanta seriedad hablaba la señorita Orne, que hubo una pausa, en cuyo transcurso las niñas desearon que alguien les hubiera enseñado está lección, haciéndolas tan vigorosas y encan-tadoras como su nueva maestra.
-Si los mitones de lienzo pueden lograr que el jersey me quede como a usted, me haré un par enseguida -manifestó Cordy, contemplando con tristeza los botones del suyo, que parecían en peligro de saltar si su rolliza dueña se movía con demasiada celeridad.
-Lo que les hace falta es más ejercicio, y menos comer confituras, dormir y haraganear en los sillones -comenzó la maestra, dispuesta a aconsejar a aquellas pobres niñas, cuya educación había sido descuidada en su parte más importante.
-Pero... ¿cómo lo supo? -exclamó Cordy, ruborizada, al tiempo que saltaba de su cómodo asiento y guardaba en el bolsillo el paquetito de bombones que nunca le faltaban.