Jerseys, o el fantasma de las niñas (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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Gracias a estos ásperos amigos, rara vez siento frío. Además, obtengo un buen color y me mantengo bien -replicó la maestra, mientras se lustraba las mejillas hasta dejarlas como manzanas.
-El color me gustaría, pero el lienzo no... ¿ Es necesario que sea tan áspero, y con agua fría? ­preguntó Maud, quien, en privado, solía frotarse la cara pálida con un trocito de franela roja, ya que el colorete estaba prohibido, salvo para las representaciones.
-Esta forma es la mejor, pero existen otras para obtener color... Corre por la avenida tres o cuatro veces por día, no comas confituras y acuéstate temprano -aconsejó la señorita Orne, que había advertido las debilidades de las jóvenes, y que ansiaba ayudarlas enseguida.
-Correr me hace doler la espalda, y Madame dice que ya somos demasiado crecidas.
-Nunca es demasiado tarde para cuidar de la propia salud, hijas mías. Es preferible correr ahora, a estar luego tendida en un sofá, con un dolor en la espalda que nunca termina.
-¿Cura así sus jaquecas? -inquirió Nelly, frotándose la frente.
-Nunca las sufro -declaró la señorita Orne, con una mirada colmada de compasión por todos los dolores.
-¿Qué hace para evitarlas? -exclamó Nelly, que estaba convencida de que eran inevitables.
-Proporciono a mi cerebro mucho deseanso, aire y buenos alimentos. Jamás me entero de que tengo nervios, salvo por el gozo que me dan, pues he aprendido a utilizarlos. No me criaron para que me supusiera inválida, y me enseñaron a comprender la hermosa maquinaria que Dios me ha dado, y a mantenerla religiosamente en condiciones.
Con tanta seriedad hablaba la señorita Orne, que hubo una pausa, en cuyo transcurso las ni­ñas desearon que alguien les hubiera enseñado está lección, haciéndolas tan vigorosas y encan-tadoras como su nueva maestra.
-Si los mitones de lienzo pueden lograr que el jersey me quede como a usted, me haré un par enseguida -manifestó Cordy, contemplando con tristeza los botones del suyo, que parecían en peligro de saltar si su rolliza dueña se movía con demasiada celeridad.
-Lo que les hace falta es más ejercicio, y menos comer confituras, dormir y haraganear en los sillones -comenzó la maestra, dispuesta a aconsejar a aquellas pobres niñas, cuya educación había sido descuidada en su parte más importante.
-Pero... ¿cómo lo supo? -exclamó Cordy, ruborizada, al tiempo que saltaba de su cómodo asiento y guardaba en el bolsillo el paquetito de bombones que nunca le faltaban.

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