Los Muchachos de Jo (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

Página 21 de 145

Por su modestia, por su afección y obediencia, lo consideraba la tía Jo como un hombrecito agradable, aunque siempre creyó que no llegaría nunca a ser gran cosa. Lo quería mucho y estaba persuadida de que el muchacho haría cuanto pudiera por adelantar en su arte.
-Mira, Nat, he marcado todas las prendas de ropa; mejor dicho, las ha marcado Daisy, y tan pronto como reúnas todos tus libros, volveremos a echar una mirada a tu baúl -dijo Jo con mucha naturalidad, porque ya se había acostumbrado a despachar a sus muchachos para cualquier punto del globo.
Nat se puso muy encarnado cuando oyó pronunciar aquel nombre, y sintió que el corazón le latía muy de prisa, pero al mismo tiempo sentía gran alegría al pensar que Daisy, aquella joven a quien él tanto quería, había estado repasando y marcando sus pobres calcetines. Con cuánto ardor y entusiasmo pensaba él trabajar en la música para obtener una posición y para ganar también, para toda la vida, a aquel ángel queridísimo. Tía Jo sabía todo esto, y aunque no era él el hombre que hubiera ella escogido de buena gana para
su sobrina, comprendía, por otra parte, que acaso pudieran llegar a ser los dos muy felices, queriéndose como se querían.
-¡Platón y sus discípulos vienen! -anunció irreverentemente Teddy, al entrar el señor March rodeado de varios jóvenes y señoritas; porque el venerable anciano era universalmente querido de todo el mundo.
Bess corrió a su encuentro, porque desde que había muerto la abuela, ponía la muchacha sus cinco sentidos en cuidar al abuelo, y era un encanto el ver aquella cabeza de cabello dorado acercarse con alegría a besar al que ya lo tenía muy blanco.
-Abuelito, te voy a dar ahora mismo una buena taza de té -dijo Bess, y Laurie a la vez le preguntó si deseaba bizcochos o galletas.
-Ni una cosa ni otra, hijo mío; tomaré esto -y el señor March tomó el vaso de leche que le alargaba Bess.
Josie entró en aquel momento muy acalorada, seguida de Teddy, que venía haciendo muecas detrás de ella, porque los dos acababan de tener una gran discusión.
-Oye, abuelito, ¿tienen las mujeres que obedecer siempre a los hombres y decir que son los más sabios porque son los más fuertes? -preguntó Josie, que estaba furiosa con su primo, que seguía mirándola con una sonrisa provocativa.

Página 21 de 145
 

Paginas:
Grupo de Paginas:         

Compartir:



Diccionario: