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Yo comeré en el colegio con el profesor Plock, que vendrá a visitarnos; los muchachos tomarán el "lunch" en el Parnaso, y tú tendrás un día muy tranquilo-. Y dicho esto, besó el profesor a su mujer y salió de casa con los bolsillos llenos de libros y el saco de mano lleno de piedras para dar a los chicos clase de geología.
-Si todas las mujeres literatas tuvieran maridos tan buenos y atentos como el mío, a buen seguro que escribirían más y mejor de lo que lo hacen -dijo la tía Jo saludando a su marido desde la ventana, con la pluma en la mano, a cuyos saludos contestaba el otro con el paraguas desde la avenida. Rob se marchó al rato para el colegio, asemejándose algo a su padre, en lo cargado que iba de libros, y en sus anchas espaldas, tirando a su madre un beso, que la hizo reír y decir al mismo tiempo:
-¡Que Dios los bendiga! Son unos ángeles. Emil se había ya marchado al barco y Teddy andaba buscando por la casa alguna cosa que le hacía falta.
Jo tenía la costumbre de arreglar ella misma la sala y dar el último toque a las cosas principales de la casa para dejarlo todo listo durante el día. Al ir a correr las cortinas de una de las ventanas, vio a un artista que desde el jardincito de entrada sacaba un croquis, y que pronunció algunas palabras por lo bajo al retirarse ella de la ventana precipitadamente.
En aquel momento se oyó el ruido de un coche que se detenía a la puerta, y a los dos segundos sonaba la campanilla.
-Yo lo recibiré, mamá; yo lo recibiré -dijo Teddy arreglándose con la mano el pelo como si fuera a entrar en el teatro.
-No quiero recibir a nadie; haz de manera que yo pueda escapar de aquí - dijo por lo bajo la tía
Jo preparándose a subir la escalera. Pero antes de que tuviera tiempo de dar un paso, se presentó un señor en la puerta con una tarjeta en la mano. Teddy arrugó el entrecejo y su madre se escondió detrás de la cortina.
-Estoy escribiendo una serie de artículos para el "Tattler", y antes de venir aquí he ido a ver al señor Bhaer -principió diciendo el recién llegado en el tono insinuante de los de su oficio, mientras que con la vista andaba ya tomando nota de todo lo que podía, porque la experiencia le había enseñado que tenía que aprovechar los instantes, ya que sus visitas tenían que ser siempre muy cortas.