María Antonieta (Stefan Zweig) Libros Clásicos

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la pobre niña llega hasta rechazar resueltamente los «malos rumores que circulan aquí. en el país. sobre incapacidad del delfín». Pero la madre interviene de nuevo. Hace llamar al médico de la corte. Van Swieten. y lo consulta sobre la «froideur extraordinaire du Dauphin». El médico se encoge de hombros. Si una muchacha con tales atractivos no logra inflamar al delfín, quedará sin efecto todo procedimiento medicinal. María Teresa escribe a París carta tras carta, finalmente, el propio Luis XV, con gran experiencia y harto ejercitado en estos terrenos, interroga a su nieto; el médico francés de la corte, Lassone, es iniciado en el secreto; reconocen al triste héroe amoroso, y entonces se pone de manifiesto que esta impo tencia del delfín no es producida por ninguna causa espiritual, sino por un insignificante defecto orgánico -una fimosis-. «Quién dice que el frenillo sujeta tanto el prepucio, que no cede a la introducción y causa un dolor vivo en él, por el cual se retrae
S. M. del impulso que conviene. Quién supone que dicho prepucio está tan cerrado que no puede explayarse para la dila tación de la punta o cabeza de la parte, en virtud de lo cual no llega la erección al punto de elasticidad necesaria.» (Informe secreto del embajador de España.) Se suceden consultas tras consultas para saber si debe intervenir con su bisturí el cirujano «pour lui rendre la voix», como se murmura cínicamente en las antecámaras. También María Antonieta, instruida mientras tanto por amigas experimentadas, hace todo lo posible para inducir a su esposo a que se someta al tratamiento quirúrgico. («Je travaille à le déterminer à la petite operation dont on a déjà parlé et que je crois nécessaire», escribe a su madre en 1775.) Pero Luis XVI -el delfín, entre tanto, ha llegado a rey, pero al cabo de cinco años sigue todavía sin ser esposo- no puede decidir se a ningún acto enérgico, conforme a su carácter vacilante. Lo retrasa y titubea, prueba y vuelve a probar, y esta terrible, repugnante y ridícula situación de eternos ensayos y eternos fracasos, para ignominia de María Antonieta, mofa de toda la corte, rabia de María Teresa y humillación de Luis XVI, se prolonga aún durante otros veinticuatro meses; en total, por tanto, siete espantosos años, hasta que, por último, el emperador José se traslada especialmente a París para convencer a su poco valeroso cuñado de la necesidad de la operación. Sólo entonces logra este triste césar del amor pasar felizmente el Rubicón. Pero el domi nio psíquico que por fin conquista está ya asolado por siete años de ridículas luchas, por estas dos mil noche s en las cuales María Antonieta, como mujer y como esposa, ha sufrido las más extensas humillaciones de su sexo.

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