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hacían avanzar a rastras. Vi esto, y vi cómo el marido, cuya cara llameaba
de color escarlata, se retiraba dentro de un portal. Luego oí la
detonación de su revólver, y cayó muerto.
>>Tras verme obligado por el incendio a retroceder sobre mis pasos otras
dos veces, conseguí legar a la universidad.
>>Al entrar en el patio principal me topé con un grupo de universitarios
que se dirigían como yo hacia la escuela de química. Todos ellos eran
padres de familia, y les acompañaban los suyos, incluyendo las ayas y los
criados.
>>El profesor Badminton me saludó, y me costó un poco reconocerle: había
atravesado las llamas de un incendio, y se le había chamuscado la barba.
Una venda teñida de sangre le envolvía el cráneo, y toda su ropa estaba
sucia y en desorden. Me contó que había sido cruelmente maltratado por
unos saqueadores, y que, la noche anterior su hermano había caído muerto
mientras defendía sus bienes.
>>A medio cruzar el patio, me señaló de pronto con la mano la cara de la
señorita Swinton. En ella estaba marcado en signo inequívoco de la peste.
Enseguida todas las mujeres presentes se echaron a gritar y se alejaron
corriendo de ella. sus dos hijos, acompañados por sendas ayas, huyeron
también de su lado. Pero su marido, el doctor Swinton, permaneció junto a
ella.
>>--Siga su camino Smith -me dijo--. Cuide de mis hijos; yo me quedaré con
mi mujer. No ignoro que es ya como si estuviera muerta, pero no puedo
abandonarla. Cuando haya muerto, y si no me contagio, iré a reunirme con
ustedes a la escuela de química. Vigile mi legada y permítame entrar.
>>Lo dejé inclinado sobre su mujer, aliviándole con su presencia sus
últimos momentos, y corrí a unirme al grupo.
>>Fuimos los últimos en ser admitidos en la escuela de química. Las
puertas se cerraron detrás nuestro, y, armados con rifles, vigilamos para
alejar a partir de entonces a cualquiera que se presentara.