Historia de la Conquista del Perú y de Pizarro (Henri Lebrún) Libros Clásicos

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cuanto Almagro hubo juntado algunos hombres, las dos naves se dieron a la
vela para aquel país con tanto ardor deseado. Después de una serie de
obstáculos y de contrariedades desembarcaron en Tacamez en la costa de
Quito, y hallose [40] que los primeros exploradores no habían exagerado
nada. El país era llano y fértil, y sus habitantes iban vestidos de telas
de lana y algodón, y llevaban adornos de oro y plata. Sin embargo la
actitud de los indígenas inspiró a los españoles temores justamente
fundados: reuníanse por doquiera en grandes partidas, bien armados y
dispuestos para la resistencia. Pizarro juzgó que sería tan imprudente
como peligroso medirse con enemigos tan formidables. En efecto los pocos
soldados que la muerte había perdonado hallábanse debilitados por el
cansancio y las enfermedades, y la prudencia ordenaba aplazar, por algún
tiempo, todo proyecto de conquista. En su consecuencia Pizarro hizo
abastecer los buques de vituallas y ganó la isla de Gallo, donde debía
permanecer, en tanto que Almagro iría a dar cuenta de su descubrimiento y
solicitar refuerzos, que más que nunca eran indispensables. [41]









Capítulo II
Apurada situación de los españoles.- Resolución heroica de Pizarro y de
trece de sus compañeros.- Pizarro aborda en la costa del Perú.- Su viaje a
España: es nombrado gobernador general.- Nueva expedición de Pizarro.-
Ocupación de la ciudad de Coaco.- Disensiones civiles que agitaban el
Perú.



A las dificultades provenientes de la salud de los soldados
añadiéronse pronto otras de naturaleza más grave, por cuanto nacían del
desaliento causado por tantos trabajos y fatigas. La mayor parte de ellos
quejábase de su situación, no acertando a ver más término a sus
sufrimientos que una muerte inevitable. No se le ocultaba a Pizarro que si
los descontentos lograban hacer llegar a la colonia la expresión de sus
quejas, la expedición fracasaría, porque en este caso sería imposible a
Almagro determinar a nuevos aventureros a asociarse a una empresa que tan
poco propicias esperanzas [42] ofrecía. Así pues los dos jefes tomaron
precauciones imaginables para impedir que saliese ninguna carta de la
isla; pero a pesar de su vigilancia, un tal Sarabia se encargó de hacer

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